“Stop the count”

 

CLARIDAD

Algunos presidentes de Estados Unidos dejan frases memorables. La de Barack Obama, acuñada cuando estaba en campaña, fue “Yes, we can”, mientras John Kennedy pronunció la suya en el discurso inaugural convocando a su audiencia a pensar primero en el país. La que deja Donald Trump es muy fiel a su mentalidad troglodita: “Stop the count”. Cuando el conteo de votos empezó a confirmar su derrota, imitando a los militares bolivianos un año antes, reclamó que se detuviera gritando “fraude”. Mientras ese reclamo circulaba en las redes sociales, una banda armada trató de imponerlo en Pennsylvania, intimidando a quienes hacían el conteo.

Afortunadamente el conteo siguió y ahora mismo parece improbable que el Tribunal Supremo de Estados Unidos, donde la mayoría incluye a tres nombrados por Trump, cambie el resultado como ocurrió en 2000. Pero no deja de ser alarmante el llamado presidencial en un país donde tanta gente anda armada.

Además, el llamado de Trump preocupa por el apoyo que recibió. No hay figura pública que haya dicho más mentiras, casi todas comprobadas y expuestas en la prensa. Tampoco hay, en los tiempos modernos, alguien que genere más división, ni que exaltase más el odio racial, el desprecio a la ciencia y al comportamiento civilizado. Es un gobernante que, con su incompetencia, puso en riesgo a millones de sus ciudadanos en la actual pandemia. Se trata, además, de un presidente que ha alejado a Estados Unidos de sus aliados tradicionales en el mundo, reduciendo al mínimo su influencia como potencia mundial. A pesar de ese récord, 71 millones de estadounidenses votaron por él, acumulando 47 por ciento del voto popular.

En medio de la euforia generalizada que estalló en Estados Unidos y buena parte del mundo el sábado 7 de noviembre, cuando se confirmó el triunfo de Biden, el dato del apoyo que fue capaz de reunir una persona como Trump impactó a muchos. No hay duda de que perdió, pero es una derrota que para los pelos.

Para los que conocemos un poco de historia, fue inevitable recordar lo que ocurrió en Alemania tras las elecciones de 1930. El Partido Nazi venía acumulando derrotas electorales desde que apareció en el escenario político a principios de la década del ’20. En las del ’30 su fortuna mejoró, pero se quedó con sólo el 30.1% en la primera vuelta y 36.8% en la segunda. Paul von Hindenburg, un hombre ya anciano, ganó con un cómodo 53%, pero los 13 millones de votos obtenidos por Adolf Hitler conmovieron a muchos. La crisis económica que siguió, profundizada en las calles por la agitación y el paramilitarismo del nazismo, lo llevarían al poder en 1933.

No estoy proyectando que en Estados Unidos pudiera ocurrir lo mismo que en Alemania, aunque las bandas armadas que apoyan a Trump hacen recordar a las “camisas pardas” del nazismo. Hay una diferencia muy grande entre el entramado institucional de Estados Unidos y el que tenía la joven República de Weimar. Esa institucionalidad estadounidense ha sufrido mucho durante la presidencia de Trump y tal vez hubiese estallado si él recibía un segundo mandato, pero ahora mismo se mantiene y, en parte, es lo que explica el triunfo de Biden. Sin embargo, no hay duda de que los próximos cuatro años serán muy duros en Estados Unidos, donde 71 millones de personas votaron por un individuo que promovía la división y el odio.

Muchos esperábamos que, dado el récord de Trump y su manifiesta incompetencia durante la pandemia, el triunfo de Biden sería más holgado. Se hablaba de que era posible un triunfo en Florida, un estado duramente golpeado por el virus, y otros más optimistas predecían lo mismo en Texas, donde la derecha siempre ha comandado. Al final, ninguno de esos vaticinios se cumplió y Biden pudo prevalecer gracias a dominar en Michigan y Pennsylvania, otros dos estados claves. Pero todos esos triunfos fueron por márgenes estrechos que obligaron a esperar cuatro días para que la victoria pudiera anunciarse.

El cuatrienio que se inicia en enero será difícil y no sólo porque habrá 71 millones de trumpistas rondando por las calles, muchos de ellos armados. También la pandemia ha golpeado la economía y hay ahora mismo decenas de millones de desempleados y miles de negocios cerrados. Además de esa realidad social, en el campo institucional Trump deja cambios importantes que estarán persiguiendo a Joe Biden. El más importante de esos cambios se dio en el Tribunal Supremo, donde el centrismo jurisprudencial que se mantuvo por décadas desapareció con los tres nombramientos efectuados durante el presente cuatrienio.

Trump mismo esperaba que ese cambio en el Supremo le facilitara la victoria, lleando al extremo de anunciarlo antes de la votación. Hasta ahora esa intervención no se ha producido y los triunfos en Pennsylvania y Nevada hacen difícil que se repita lo de 2000. Pero, salvo muertes inesperadas, el tribunal actual estará muchos años con su actual composición ya que los nombrados por Trump son personas relativamente jóvenes. En las disputas legales que seguramente se producirán en los meses que quedan del presente cuatrienio y durante los próximos años, actuará como el último reducto del “trumpismo”.

A pesar de esos enormes nubarrones que se ven en el horizonte, fue un gran alivio la derrota electoral de Trump. Los dirigentes de la Unión Europea, donde se enfrentaron a los llamados a la desunión provenientes de Estados Unidos, corrieron a felicitar a Biden. En América Latina, que vivió la hostilidad contra México, el golpe de estado en Bolivia, las agresiones a Cuba y Venezuela, y el estímulo al ultraderechismo en Brasil, también se produjeron aplausos. Pero los 71 millones de votos nos recuerdan que aunque Trump se va el “trumpismo” se queda.

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