Sueño de brujas

Me despertó un sueño loco que tuve. Llegaba a un pueblo medieval en el que había un baile —al parecer de disfraces —en un negocio/taberna de dos plantas con interior oscuro, medio tenebroso. Para mi sorpresa, varios familiares cercanos estaban en la fiesta. Mientras me adentraba en el lugar tratando de ubicarme y entender cómo rayos había llegado allí, me interceptó para bailar el hombre momia, que aunque bendado con el típico disfraz de trapo blanco a vuelta redonda del cuerpo, parecía bastante normal. Yo no estaba muy entusiasmada con lo del bailecito porque me sentía ridícula, pero además, algo parecía no andar bien. Había pasado muchísimo trabajo para llegar allí. Crucé plazas atestadas de gente que parecían de otro tiempo, pasillos angostos y apestosos, varios tropezones con baldosas despegadas, patios interiores, copas de oro rebosantes de vino, excursiones de niños escuchas, y yo sintiéndome acechada en todo momento por algo invisible. Pero al entrar en la fiesta, que parecía ser mi destino final, me sentí a salvo. No sé cuantas canciones bailé con el momia, pero el susodicho ya iba adquiriendo sentido de propiedad sobre mi, y cuando me alejaba un poco del barullo reclamaba mi presencia con autoridad. Me cansé de todo aquél absurdo y me fui afuera a tomar aire. Era un callejón comercial con muchos negocios de bebida y ambiente hostil. Yo seguía sintiéndome rara, perseguida. De momento se aparece uno de mis hermanos y me dice que tenemos que volver adentro. Cuando entro, veo al momia dando vueltas con los brazos extendidos. Cual momia de los muñequitos, me buscaba. Ya esta vez sin la soltura del baile, a paso lento, torpe pero con obstinación. Quería atraparme, lo sabía. Me cagué del miedo y empecé a huir corriendo entre la gente y gritando que si no me dejaba en paz lo mataría. Me respondió —a la vez que se destapaba la barriga en la que traía una cara tatuada en color sepia—, que no le importaba, porque él era el Barón del Cementerio, ¡en persona!. Entonces sí que corrí despavorida en busca de cordura hacia el callejón que seguía atestado de gente que creí muerta, porque cual si lo hubiese conocido de toda la vida, sabía que el Baron del Cementerio o San Elías era en algunas religiones caribeñas, el ente que permite el paso entre el mundo de los vivos y los muertos. Quisiera pensar que como tengo Influenza y no pude salir a pedir dulcecitos ayer, que fue noche de Halloween, mi inconsciente y la fiebre se encargaron de regalarme una dulce y espeluznante noche. No me empeñaré en buscarle otro sentido a ese sueño, pues no creo que haga falta. A veces, el que busca encuentra.

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