There’s only one, and is Meryl

Por Norge García Espinosa/Especial para En Rojo

Truman Capote, fiel a sí mismo, dijo que le parecía fea. “Tiene boca de pollo”, le reprochó, en una entrevista en la que también atacaba a otras actrices y cantantes. No eran del tipo que él amaba, cisnes, como llamaba a sus amigas. Pero ya era el tiempo de otros rostros y otras apariencias. Meryl Streep sobrevivió a esa, a los elogios y críticas de Pauline Kael, a los 40 años, cuando recibió en menos de un año varios guiones que la invitaban a interpretar a brujas, y a la bofetada que le dio Dustin Hoffman durante el rodaje de Kramer contra Kramer, compensada, si es que eso puede entenderse así, con su primer Oscar. Luego vinieron dos más, por La decisión de Sophie, donde no deja nada para nadie, y por La dama de hierro, en la que consigue que miremos a la mujer despiadada que fue Margaret Thatcher desde un ángulo menos implacable. Verla es aprender, aprender a actuar y estar en el compromiso del artista virtuoso con su arte. Un actor al que mucho admiro, en Cuba, dijo una vez algo que luego supe que ella también afirmaba: Cuando comienzo a crear un personaje, sé que no sé absolutamente nada. Y ese es el reto, empezar de cero, alterar todo lo que uno es para que el personaje gane cuerpo y vida propia. En ese oficio, la muchacha a la que Dino di Laurentiis rechazó para su King Kong, ha sabido mantenerse a flote. Aún tiene tiempo para ganarse otro Oscar, y ponerse junto a Katherine Hepburn en el sitial de quien ha acumulado cuatro estatuillas. Puede que sí, puede que no, lo que es seguro es que a esta mujer nacida en New Jersey el 22 de junio, hace ya 70 años, nada la detiene y nada la intimida. A estas alturas ha hecho de todo: desde el drama de época o contemporáneo más intenso, hasta la comedia elegante de El diablo viste de Prada o musicales como Mamma Mia! e Into the Woods. Ahora le ha bastado con un grito, en el primer episodio de la segunda temporada de Big Little Lies, para poner a todo el elenco de esa producción a sus pies. Si mañana nos dijeran que va a interpretar a Dios, se lo creeríamos. Y tal vez acabaríamos rogándole para que, si desde ese papel, puede reinventar el mundo, que lo haga mejor, desde el rigor y la persistencia, el talento indiscutible y la lucidez con la cual ella es, sencillamente, única e irrepetible. Acá van mis diez recomendaciones de toda su carrera.

10. Into the Woods, interpretando a La Bruja, en la versión cinematográfica del musical de Stephen Sondheim, quien le dedicó una nueva canción y le puso como dedicatoria en la partitura: No la jodas.

9. La dama de hierro. Un filme sobrio, levantado alrededor de su interpretación, en la cual otra vez ella se confirmó como la reina de los acentos, para dar vida a una Margaret Thatcher senil que repasa su existencia como delirio.

8. Julie & Julia. El filme de Norah Ephron se basa en un libro y en un blog para que Meryl Streep sea Julia Child. Y recuerde: si se le cae al suelo lo que está cocinando, recójalo y devuélvalo a la sartén, que nadie va a enterarse.

7. Los puentes de Madison. Engordó para el papel y se convirtió en esta mujer de ancestros italianos para seducir a Clint Eastwood. Es que no hay nada que esté fuera de su alcance.

6. Angels in America, varios papeles. La monumental versión para la TV que Mike Nichols dirigió a partir de las obras de Tony Kushner le permitió ser la madre de uno de los protagonistas, pero también el rabino que aparece en el arranque mismo de esta producción.

5. El diablo viste de Prada. Si Miranda Priestly está inspirada en Anna Wintour, la editora jefe de Vogue debe haber quedado muy halagada. Todavía repetimos sus bocadillos, porque “todo el mundo quiere ser como nosotras”.

4. Kramer contra Kramer. Exigió que Joanna, su personaje, se reescribiera, para evitar que se le mostrara al público como una villana. Para “ponerla en situación”, Hoffman le dio aquella bofetada. Nunca han vuelto a trabajar juntos. Pero el resultado del filme cambió la vida de los dos.

Meryl Streep

3. La amante del teniente francés. Bueno, es ella y es Jeremy Irons, jóvenes y radiantes, con un guión de Harold Pinter que desmonta una y otra vez los detalles de un amor imposible, que acaba bien para sus personajes, y no tanto para quienes lo interpretan.

2. Un grito en la oscuridad. Interpretar a Lindy Chamberlain, la madre acusada de asesinar a su hija, fue una tarea ardua. La ayudaron las cejas, la peluca insufrible bajo el calor australiano, y una fe en la inocencia de esa mujer que se transpira a lo largo de toda su actuación, de las más retadoras de toda su trayectoria. Por este papel ganó el premio a mejor actriz del Festival de Cannes. 

1. La decisión de Sophie. Se negó a repetir la toma de la escena en la cual su personaje tiene que elegir ante el horror. Y dejó para la cámara una interpretación que justifica su negativa. Tuvo que doblar ella misma la versión en francés para que no se perdiera el complicado trabajo de acentos que le demandó el personaje, esa sobreviviente del holocausto que jamás se recuperará de la experiencia. Con ese papel se puso al nivel otras actuaciones míticas, en el apretado Olimpo de una Bette Davis en All about Eve, Gloria Swanson en Sunset Boulevard, Giuletta Massina en La Strada, Vivien Leigh en El tranvía…, Liza Minnelli en Cabaret, y otras grandes y raras excepciones. De alguna manera su visión del papel rebasa lo que el guión nos dice del personaje, lo hace vívido y vulnerable de un modo que roza la poesía. Magistral, sería la palabra. Pero ella ha venido siéndolo a lo largo de toda una carrera en la cual se ha dado el gran placer de ser ella misma, a través de tantas historias en las que acaba transformándose como nadie. Por cierto, ahora que me doy cuenta, ¿habremos perdido la oportunidad de ver a Meryl Streep como Blanche Dubois? ¿Qué nos compense interpretando alguna vez a la Martha de Quién le teme a Virginia Woolf, y a la Mary Tyrone de Largo viaje de un día hacia la noche?, obras que, como ella misma, ya son clásicos norteamericanos.

Norge Espinosa, poeta, dramaturgo, actor, crítico cultural, administra el Teatro El Público. Es cubano.

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