Tomado de la Red:Leer en el mall

Por Luis F. Avilés

Cuando me hace falta comprar algo no me queda más remedio que ir a un centro comercial. Reconozco que me aburro miserablemente y por eso siempre me llevo un libro para sentarme cómodamente en un banco a leer. Este pasado domingo me llevé un libro y, como era de esperarse, me aburría profundamente luego de comprar lo que necesitaba. Busqué dónde sentarme y hallé un banco solitario donde podría descansar y leer con tranquilidad un texto del antropólogo italiano Marco Aime. El mall estaba bastante vacío y tranquilo, muy distinto a los de Puerto Rico que son extremadamente ruidosos.

Un cuarto de hora después se sienta en el otro extremo del banco un hombre que, seguramente, está tan aburrido como yo. Para entretenerse enciende su teléfono y se pone a ver algún partido deportivo sin audífonos. No se percata de que el sonido de su teléfono me puede molestar y, en efecto, debo admitir que me molesta. ¿Será posible que ya la figura de un extraño inmerso en la lectura de un libro no imponga en un otro cercano cierta discreción y respeto al espacio compartido? Sigo leyendo, tratando de concentrarme y seguir los argumentos del autor. Luego de un rato escuchando el partido, el vecino se levanta y se va.

Recupero la tranquilidad y continuo la lectura por unos quince minutos hasta que un segundo hombre se sienta en el mismo lugar, cargando con un paquete de compras en la mano. No enciende su teléfono ni trae una tableta y eso me permite seguir leyendo sin prestarle atención. Luego de unos minutos el hombre se dirige a mí, interrumpiéndome para decirme con cierta admiración lo concentrado que estoy leyendo ese libro y que debe ser muy interesante la lectura. Nuevamente dejo el libro a un lado. Tanto él como yo reconocemos en ese momento lo raro que es ver a alguien leyendo en un mall. Pienso en ese momento que es algo tan raro que parece que hay que interrumpirlo.

El libro se ha convertido en algo muy extraño en los espacios públicos. Al mismo tiempo quizás sea yo el que ha intervenido inadecuadamente el espacio, que mi insistencia en leer sea una irrupción intolerable en el centro comercial. El primer hombre me lo ha recordado a su manera: este espacio es para hacer esto que yo hago y no lo que tú pretendes hacer. Quizás ese primer hombre que tomó asiento en el mismo banco sea inconscientemente un guardián del espacio contemporáneo y que dedique su vida a sentarse al lado de los muy pocos que leen libros para así recordarles que somos unos anacrónicos y que no tenemos derecho a reclamar distancia ni silencio. El segundo hombre, sorprendido, me interpela porque necesita interrumpirme para saber qué leo, por qué lo hago, quién soy. ¿Quién eres tú que, de una manera tan terca y, francamente, ofensiva para todos nosotros, insistes en sentarte y leer algo que sea de más interés que las vitrinas? Quizás exista un ejército de estos hombres de la interrupción, un ejército secreto que anda por el mundo interpelando el silencio, atentos a incomodar a los ensimismados e improductivos. Andan en busca de esa arma anacrónica en la que se ha convertido el libro. Nos despiertan de la pretensión de evadir la fascinación por la mercancía. Nos recuerdan que no existe otra actividad que no sea lo que se viene a hacer en el mall: consumir.

El segundo hombre continuó la conversación. Notó mi acento y me preguntó de dónde venía. Preocupado, mencionó el huracán. Fui muy amable y comedido. Pero me levanté y me inventé una excusa porque reconocí que ya había perdido. Ellos lograron quitarme el libro de las manos y debo reconocer que aprendí la lección. Soy tan viejo y anacrónico como los libros mismos.

Luego de dar una vuelta cargando un sentimiento de derrota decido comprar otra cosa que en realidad no necesitaba. En la fila de pago me topo con un señor muy mayor, de unos 80 años, con un libro en la mano. Era una novela de Haruki Murakami (no recuerdo el título). Estoy detrás de él, o quizás delante, o tal vez sea él un sueño de mí mismo. La coincidencia es inquietante. No le digo nada, por si acaso piensa en la novela que lee mientras paga. En silencio celebro la identidad que compartimos.

Luis F. Avilés es ensayista, crítico cultural, fotógrafo y profesor en la Universidad de California en Irvine.

Artículo anteriorCrucigrama: Jorge M. Ruscalleda Bercedóniz
Artículo siguienteSIGNUM: Winter is Here