Tomás “Jabao” Herrera: Deportista, revolucionario y amigo de Puerto Rico

 

Elga Castro Ramos

Mis padres tenían dos hermanos cada uno, así que matemáticamente hablando tenía cuatro tías y tíos de sangre, pero mi recuerdo de niña es que tenía decenas de tíos y tías postizos, producto de esos hermanos y hermanas que la vida te da, los amigos que se convierten en familia. Uno de mis favoritos era Tomás “Jabao” Herrera. Honestamente de niña poco sabía yo de la leyenda viviente que era en el mundo del baloncesto, sino que me encantaba cuando venía a Puerto Rico porque era súper divertido, cariñoso y alcahuete. A medida que fui creciendo y fui apreciando un buen jangueo, obviamente fui apreciando más este ser de energía infinita y un amor por la salsa y la jodedera como pocos he conocido. De grande ya conocí en retrospectiva sus grandes contribuciones al baloncesto cubano y caribeño, siendo uno de los principales protagonistas de la era dorada del baloncesto cubano, que incluso ganó la histórica medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Munich en el 1972.

Elliott Castro, Jabao y Javier «Tonito» Colón jugador de los Leones de Ponce. Fotos: Provistas por la autoria

En casi todos los viajes que hice a Cuba pude ver al Jabao y disfrutar con él. Cuando fui de niña me lo gocé en el mundo deportivo, cuando regresé de universitaria con los panas de Puerto Rico, nos alcahuetió por La Habana. Verlo en Cuba era buenísimo pues conocía a todo el mundo y a quien no conocía, saludaba o devolvía un saludo como si se conocieran de toda la vida. Muy similar a Papi y cuando andaban juntos eran un torbellino de sonrisas, abrazos y pasión salsera. En Puerto Rico también era muy querido, había quienes lo reconocían en la calle de su época de baloncelista y siempre también tuvo un gran amor por nuestro País.

Ella Castro, el Jabao y Miguel Zenón

En mi penúltimo viaje a Cuba para la celebración de Cubadisco en el 2009 el Jabao se convirtió en una especie de guía no oficial de jangueo por la vida nocturna de La Habana. Con él nos fuimos a bailar salsa, entrábamos a donde quisiéramos-nadie le negaba la entrada al Jabao a ninguna parte- y como decía mi esposo, siempre nos agotaba, eran las 3, 4 de la madrugada, y todos los treintañeros estábamos explotaos listos para regresar al hotel y el Jabao seguía fresco, con la energía intacta, y a pesar de que era él quien tenía que madrugar a ir a trabajar al otro día, a su trabajo en el INDER, no quería parar. Y claro, aquí su otra cualidad, igual que tuvo una integridad como atleta de joven, y un compromiso casi patriótico con un buen vacilón salsero, era un incondicional a su país, a la Revolución y al desarrollo del deporte cubano. Hablar con el Jabao de política, de Cuba, de deporte, era una enciclopedia, lo único que lo hacía con esa sonrisa que no se alejaba de su rostro y mientras lo hacía, te embelezaba con esos ojos verdes claros que siempre me cautivaron de niña.

Escribo estas notas a horas de saber de su fallecimiento, con profundo dolor, porque se nos fue uno de los grandes…De los grandes baloncelistas del Caribe, uno de los grandes patriotas cubanos, uno de los grandes amigos de nuestra Isla, uno de los grandes amigos de mis padres y para mí, uno de mis tíos favoritos. Yo lo honraré escuchando salsa cubana todo el día y recordándolo con su sonrisa. Que descanse en paz.

 

 

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