Topografía: Amor de película – Betances y Lita

En estos tiempos en que se habla mucho de promover el cine puertorriqueño, pregunto, ¿no es hora ya de hacer una película del amor entre Betances y Lita? Aunque para algunos pueda ser “pecaminoso” el amor entre el joven médico y su sobrina me parece una historia poética, romántica y trágica digna de un guión cinematográfico. Cierto que el cineasta T. Román ha hecho un documental, pero una película de ficción, con actores etc., es otro tipo de proyecto.

El punto de partida para el guión, sin duda, sería el conjunto de cartas escritas por Ramón Emeterio que aparecen en el libro Betances de Luis Bonafoux. De dichas cartas se pueden extraer imágenes y situaciones para desarrollar.

Como se sabe, María del Carmen Henri, (Lita) viaja a Francia para unirse con su futuro esposo. En París asistirá a un colegio de señoritas, pero luego se mudará al pueblito de Mennecy donde se hospedará con los Lamire, un matrimonio amigo de Betances. Cuando aparecen las primeras fiebres, Betances se trae a su novia a París. Vinculado a Mennecy aquí ya encontramos un dato importante que puede cobrar protagonismo. Luego del regreso a Puerto Rico, nos enteramos de un hecho triste y perturbador. Betances le confiesa al Dr. Leroux (el 25 de noviembre de 1859) lo que no le ha dicho a sus familiares. Dice que no se perdonará el haberse traído a Lita a Francia, y luego se pregunta si hizo bien en haberla sacado de Mennecy para traérsela a París, toda vez que en el pueblito no había fiebre tifoidea, solo unas fiebres intermitentes que con el tratamiento adecuado se podían curar. “Mais a Mennecy il n’y a pas de fievre typhoïde qui . . . guerissent toujours . . .” A Ramón Emeterio le torturará la idea de que Lita quizás se pudo haber salvado si él no se la hubiera llevado a París. Este sentimiento puede ser un aspecto clave a tomar en cuenta en la creación del personaje de Betances.

Hay que crear escenas para mostrar la personalidad de Lita y cómo se manifiestan sus cualidades.

En el Colegio en París, Lita impresiona a la directora. Escribe Betances: “Bien pocos días necesitó para hacerse querer muchísimo de sus compañeras y admirar de la misma directora. Esta señora, cada vez que hablaba conmigo no dejaba de ponderarme su educación escogida, su discreción, su gusto exquisito, su amabilidad, su dulzura y su buen humor.” (Carta a Ana Betances, 18 de mayo de 1859.)

En Mennecy se gana el aprecio de varios de los habitantes. Por ejemplo, el de un obrero. Cuenta Betances: “Una vez me hizo saber que en el pueblo donde vivía se hallaba un hombre de mérito, un obrero ya viejo, que había inventado una máquina para simplificar sus trabajos, y que sin embargo, no gozaba allí de la consideración que se merecía. Quiso que fuésemos a visitar su taller. [. . .] ¡Menos de un mes después, el buen obrero venía llorando tras el ataúd sin vida hasta el cementerio!” (Carta a Teresa Betances 23 de mayo de 1859.) Díganme si eso no constituye una buena escena. Siguen los ejemplos: “¿Usted no sabe lo que sucedió aquí una vez? Ella fue con su amiga, su hermana, Mme. Lamire, a hacer una visita a una señora anciana ya y que vive en su castillo al lado de Mennecy. Pasaron allí medio día apenas, y la señora quería ya que se quedase con ella y que fuese su hija.” (Carta a Francisco Betances, 28 de mayo de 1859.)

La imagen del último abrazo es una escena de intenso patetismo romántico. Narra Betances: “El último que le di fue al ponerla en el ataúd, ¡cuando ya estaba pálida y fría! Le di un abrazo y le puse su anillo y le juré fidelidad. Ese ha sido mi casamiento . . .” (Carta a Francisco Betances, 28 de mayo de 1859.)

También es importante mostrar los efectos de la muerte de Lita en la gente del pueblo. Cuenta Ramón Emeterio: “Muchas veces encuentro flores en su tumba. Unas las pone su amiga; otras, no se sabe quién las lleva; me dicen que las muchachas del pueblecito donde está enterrada.” (Carta a Clara Betances, 14 de agosto de 1859.) Hay más. Le cuenta Betances a su amigo Ruiz Belvis: “En Mennecy una pobre muchacha que la veía algunas veces se halla indispuesta, le dicen que ha muerto y desde ese momento entra el delirio y queda como ella, seis días delirando.” (Carta del 28 de junio de 1859.) Lo que observa Betances y lo que le cuentan serán prueba de la naturaleza sagrada de Lita, y por lo tanto, causa para su adoración.

El regreso de Betances a Puerto Rico con el cuerpo de Lita pone en escena la amistad de Segundo Ruiz Belvis y Francisco Basora. Ramón Emeterio está determinado a llevar a Lita a su tierra y enterrarla. El proyecto le tomará siete meses. El 31 de agosto de 1859 le escribe a Ruiz Belvis, le da instrucciones a su amigo y espera lo mismo de él.: “No le escribo a nadie de la familia, por no decir mis proyectos, no sabiendo lo que tú has resuelto allá. Espero en Santo Tomás tus instrucciones, si tú no puedes venir. Basora te dirá por el próximo correo el día fijo de mi salida. Llevo una escopeta y mis pistolas revólveres. Saca un permiso o avísale a Carmona.”

El destino final de la amada es imagen obligatoria. El entierro de Lita fue el 13 de noviembre de 1859, en Mayagüez, un día lluvioso. El ataúd estuvo en casa de Betances durante los quince días que duró la espera del permiso (desde el 29 de octubre). Durante ese tiempo, Ramón Emeterio permanece al lado del ataúd. El día del entierro, a pesar de la lluvia, el pueblo no dejó solo a Ramón Emeterio y su familia. En carta del 26 de octubre de 1859, al matrimonio Lamire, dice Betances que todo el mundo vino a acompañar a Lita hasta su lugar de reposo: “tout le monde est venu l’accompagner jusqu’au lieu de repos”.

Hay más imágenes y situaciones para la película, pero no hay espacio en esta página. Baste mencionar, por ejemplo, el anillo hecho de oro de Corozal y el vestido de novia que todavía deben estar con ella, el delirio durante los últimos días, las visiones y pesadillas de Betances luego de la muerte de su novia, las instrucciones para la construcción del ataúd, las visitas diarias de Ramón Emeterio al cementerio en Mayagüez donde habla con Lita y lee hasta el anochecer, así como la transformación final de la amada en símbolo de Borinquen.

El final de la película podría coincidir con el tiempo del primer destierro de Betances, en 1860, a consecuencias de su labor abolicionista. Esto marcaría una nueva fase en la vida del personaje que merecería otras producciones cinematográficas.

Ante la idea aquí esbozada tal vez alguien diga que no es más que romanticismo passé. Puede ser. No obstante recordemos que la idea de la independencia es hija amada del Romanticismo, y todavía la queremos. Pero, sobre todo, es Betances, desde su dolor de novio apasionado, el que pide en sus cartas que no olvidemos a Lita. Aquí, pues, se quiere honrar la súplica –llamado irresistible- de un enamorado.

El autor es poeta y profesor de la UPR, en Río Piedras.

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