TOPOGRAFÍA: Clara (oscura) en Nueva York

Clara Lair (1895-1973) es una de nuestras grandes poetas, lamentablemente poco conocida. Doy fe de que mis estudiantes la han descubierto con asombro, placer y sentimiento. Uno de sus grandes temas es el amor. Estas líneas se aventuran por ese camino en su primer libro.

Como ya se ha dicho, el amor aparece temprano. Entre 1918 y 1932, la escritora vive en la llamada ciudad de los rascacielos. Allí escribe Un amor en Nueva York, poemas del 1920 al 1928, que en su mayoría están dirigidos a un tú masculino.

Pero ya es preciso aclarar un punto. La voz que habla en los poemas es y no es la de Clara Lair. No necesariamente lo que leemos en los poemas le ha ocurrido a la poeta que lo escribe. Podría ser una fantasía, la expresión de un deseo, la historia reinventada de otra mujer, una amiga, por ejemplo. No necesariamente o no siempre la referencia a un “hombre” o un “amante” es real. Pero más aún, si la voz que habla en el poema es un recurso retórico, hay que ser más cuidadoso al buscar correspondencias con la biografía de la poeta. El lenguaje poético con sus imágenes y recursos retóricos convierte al poema en una realidad autónoma, distinta a la del mundo exterior del autor. El lenguaje literario permite aludir al mundo real-exterior, pero es a costa de re-inventarlo. En la apariencia de claridad del lenguaje hay, pues, oscuridad. Dicho de otro modo: Clara puede ser oscura. Sigamos, entonces, el rastro de su oscuridad.

Los primeros cuatro poemas -que constituyen una serie- establecen la relación entre la hablante femenina y un personaje masculino. El ambiente es el de “la sorda tarde oficinesca”. El último aclara el significado de él para ella: “¡Todo lo que eres . . . y más! Leyenda corta”.  La posible relación, pues, fracasa.

“Banquero–Marino” ya identifica en el título al destinatario, quien será también motivo de varios poemas. En el VI (los poemas están marcados por números romanos) se hace explícito que los “protagonistas” son opuestos ideológicos pues él pertenece al mundo aburrido y frío del capitalismo y ella, a la dulzura de la emoción. Ella se autodefine: “He aquí mi oro: el inaudito giro del corazón: las mieles escondidas”. Luego, lo define a él: “tú en las mañanas de más fríos / vas a decirle tu canción de hastíos / al cajero más rudo de tu Banco”.

Al tú masculino que es “El príncipe de Park Avenue”, se le inventa un nombre (con resonancias de rey, de oro y de risa) don Felipe de Rior, quien tiene por “trono una oficina . . . Y su gran homenaje, el vaivén de papeles de una corporación”.

Este “príncipe de Park Avenue” es banquero. Y es un amor imposible. Su opuesto, la pasión y la belleza, es la mujer que habla en los versos, y que se describe a sí misma como una trabajadora, “una taquígrafa . . . que le calla un amor”. Al final, otra vez, se trata de un amor trunco: “Don Felipe [ . . .] al que no puedo amar”

Más adelante, en “Pedestal”, conocemos nuevos datos del personaje masculino: “Nació mi amado en suelo americano, / en la tierra del tedio y del dinero.” Curiosamente, aunque aquí se habla del hombre amado, no se describe ninguna relación entre el yo y el tú. ¿Será porque es una fantasía? Al parecer el personaje tiene un pasado de marino, y tuvo una vida de libertad y movimiento, pero ahora es un banquero atrapado en el mundo oficinesco de los papeles. Justamente, por su “historial”, en otro poema, ella le reprocha su actual estado de esclavitud invitándolo a la liberación: “¿No sientes el impulso de saltar las cadenas, / y de vivir de nuevo la vida que no vives? [ . . .] no sientes la nostalgia de las playas fragantes / adonde el extranjero llega como un hermano?”

Los temas del amor irrealizable y de la muerte cierran el libro. En los  “Nocturnos de Nueva York” leemos: “¡ Tú estás lejos de mí, fijo de brazos / ante mi grito ahogado a lo imposible!”

En los últimos poemas, se insiste en la imposibilidad de la relación. Casi en acta de defunción ella declara: “No has de venir jamás, amado mío. / Entre tú y yo está el hierro de mil trenes, / miles de piedras y un atroz vacío”. Nunca sabremos si se habla del mismo amado, aunque da esa impresión. Sí sabemos que todo ocurre en las palabras y en el papel.

Nuevamente, la aclaración es necesaria, ¿hay que ver este amor imposible como algo real? Leer el libro sin tomar en cuenta la naturaleza ficticia del mismo podría limitar el alcance simbólico de sus significados, por ejemplo, entre otros: los tremendos contrastes entre las figuras femenina y masculina, entre la empleada y el hombre poderoso, entre el norteamericano y la puertorriqueña identificada con el mundo hispano, entre la deshumanización y frialdad del mundo de las finanzas y la generosidad cálida de los sentimientos, entre la obediencia al capitalismo desalmado y el sentimiento auténtico, y finalmente, entre la libertad y el coloniaje.

Pero esta idea de lo imposible y de la frustración también adquiere un alcance mayor al ocurrir la identificación de la voz femenina con su país. El anhelo de amor y el de la soberanía política están igualmente tronchados.: “¡Islita en que he nacido, Puerto Rico! ¡Pobre tierra cedida y entregada! [. . .]  Eres igual a mí, fija e inquieta [. . .] No queriéndolo ser, soy a tu modo: / sueño de lucha, despertar de entrega . . .”

En vista de la transformación del yo femenino en isla, habría que preguntarse si la relación con el personaje masculino del banquero marcada por la frustración, la incomunicación y la imposibilidad no será también una cifra metafórica de la relación colonial entre Puerto Rico y Estados Unidos. Visto así, Clara Lair habría construido no sólo una posible referencia poética a su vida, sino también (o más bien) una especie de alegoría política haciendo uso del motivo de la relación hombre-mujer, poniendo al descubierto la amenaza del patriarcado y del capitalismo en lo político y lo íntimo. El amor y la libertad parecerían imposibles porque comparten un mismo enemigo.

Del mismo modo, las palabras de Clara Lair corresponderían, en la época, a la atmósfera de frustración política al no vislumbrarse una salida digna al problema colonial. Tal vez, por eso, acaso como vía derrotista, en ese momento, el libro termina con el deseo y aceptación de muerte de la voz femenina. “Finis”, el último poema, propone: “Como llegara Amor, llega callada [. . .] Que escape sin dolor de la crisálida, / mariposa de mi alma hacia el arcano.”

Así, vemos lo problemático y productivo del lenguaje poético más allá y más acá de la biografía de la poeta. Vemos cómo en Clara Lair el amor forma parte de una metáfora política que une lo social y lo íntimo. Vemos cómo las palabras que aluden en penumbra a las cosas, ahora significan más. Vemos mucho amor y dolor, personal y colectivo, en la profunda oscuridad de Clara. Gracias, poeta, por hacernos ver.

El autor es profesor de la UPR en Río Piedras y poeta.

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