Topografía: Fantasía por un gobernante sabio

Quisiera hablar con usted, señor gobernador, y me empeño en esta fantasía: escribo estas líneas como el mensaje que un náufrago pondrá dentro de una botella o la carta cándida a un rey, de parte de un fantasioso habitante del reino. Lo de la botella no es exagerado. El país vive una conmoción histórica y la Universidad parece a punto de zozobrar. La candidez es un acto de confianza en la capacidad para la comunicación con los otros. Tal vez, porque usted representa a otra generación, pienso que pueda escuchar de buena fe estas palabras. (Tendría usted apenas un mes en el útero materno cuando, según la persistente creencia popular, Romero Barceló en 1978, autorizó los asesinatos del Cerro Maravilla.) Por su juventud, y su distancia de la barbarie, tal vez, pueda superar la cárcel de clase e ideología que lo cerca, y logre identificarse con el punto de vista de los otros y ver la situación del país de otro modo.

Un antiguo filósofo griego aconsejó que los gobernantes fueran sabios. Yo también quisiera que estas palabras sirvieran a ese ideal.

No quiero irritarle trayendo ante su consideración el tema de las últimas elecciones, pero debo hacerlo para que usted vea cuál es su realidad. La victoria de su partido fue muy débil, pues apenas ganó por un 42 por ciento del voto, y no dominó las alcaldías. Sin embargo, el imperfecto sistema electoral permite que usted sea gobernador con una minoría de los votos emitidos. Lo invito, pues, a la honradez, y a ver el cuadro completo. Se lo digo también porque muchos en su partido –que domina la legislatura– amparándose en esa “victoria”, se creen con el derecho de pisotear descaradamente toda disidencia. Esa actitud es inadmisible. Invítelos, usted, a ellos, a que se superen, o sustitúyalos. El gobernante sabio reconoce los límites de su realidad política, y se rodea de gente civilizada.

Y ya que empecé, deberé irritarle de nuevo, pero con mucho respeto. A veces, una generación siente el deber de enmendar los errores de las anteriores. Posiblemente, usted haya oído en su casa, de adolescente, que la llamada Reforma de Salud, realizada bajo el gobierno de su padre, fue un gran logro. Lo siento, pero no fue tal. La Reforma destruyó un sistema que por años venía sirviendo bien a Puerto Rico. Teníamos lo que ya quisiera Estados Unidos: un sistema público de salud. Y ahora, más aún, los planes médicos se enriquecen sin freno a costa de la salud del pueblo. (¿No forman parte esos planes de los acreedores que exigen que se les pague su tajada de la misteriosa deuda?) Tal vez, usted pueda devolverle al país su sistema público de salud. El gobernante sabio reconoce y protege recursos, leyes e instituciones útiles.

¿Y esa deuda?, el gran monstruo de la hora actual, ¿no le parece sensato conocer qué cantidad es legal y a cuánto asciende? ¿No le parece sensato aliarse con los ciudadanos que reclaman auditarla? Ellos solo quieren preguntarles a esos números cómo llegaron hasta ahí, mediante qué trampas, quién los somete y tuerce, quién se lucra con ellos. Yo diría que los pobres números son inocentes, pero no los seres humanos ocultos tras ellos. No querer investigar esos números arroja sombra sobre las intenciones del gobierno. El gobernante sabio investiga a fondo un problema y despeja las oscuridades a su alrededor.

Y ya que salió el tema, una idea que no se me quita de la cabeza es esta: la deuda parece que no tiene rostro. Le pregunto si “detrás” de la deuda no hay personas reales, con nombres y apellidos, que salen a pasear con sus familias y van a la iglesia. Me imagino que esas personas estarán convencidas de su derecho a cobrar hasta el último centavo. Pero, en la presente situación, ¿no cree usted que habría que establecer prioridades? Por ejemplo, las cooperativas del país y las personas retiradas. Dicen que hablando la gente se entiende. A lo mejor, con los acreedores de aquí, algún arreglo favorable al país es posible. Con los otros . . . Un poco de nacionalismo no vendría mal. El gobernante sabio establece prioridades basadas en el principio de la solidaridad con su pueblo.

Supongo que sabe que soy profesor universitario. Enseño en Río Piedras, precisamente en la Facultad de Estudios Generales, que recibe a los nuevos estudiantes. Creo que aunque usted no haya hecho sus estudios universitarios en Puerto Rico, sí podría tratar de entender esa realidad. Como usted seguramente no ignora, la mayor parte de nuestros estudiantes provienen de las escuelas públicas, que son, a su vez, las que atienden a la población más pobre. Por eso, la Universidad no está ajena a la situación económica y social que vive el país. Asimismo, muchos de nuestros estudiantes llegan de pueblos más allá de la zona metropolitana. He tenido la oportunidad de conocer jóvenes de todas partes del país, de pueblos que nunca he visitado. Estos estudiantes, muchos de ellos, los primeros en su familia en ir a la Universidad, vienen cargados de ilusiones y enfrentan grandes retos no solo académicos sino de adaptación social. He sido testigo de un sinnúmero de vicisitudes por las que atraviesan, tales como atraso en los pagos de las becas, problemas en los hospedajes, ataques de ansiedad, episodios de depresión, etc. Por fortuna, la UPR tiene servicios para ayudarlos. Pero ahora debo preguntarle: ¿Cree usted que quitarle tanto dinero a la UPR, sobre todo, una cantidad inexplicable, le hace bien al país y a los alumnos? El gobernante sabio busca la empatía con los gobernados y entiende sus necesidades.

Todo lo que le he dicho culmina en un punto esencial: su deber. Si el puesto de gobernador está para afirmar y defender el país, pues ya llegó la hora. Yo le solicito, respetuosamente, que repiense todo lo que usted cree y le han dicho sobre la economía y la política, así como el plan que usted quiere aplicar, y haga suyo el maravilloso lado del pueblo, el de la mayoría que lleva, sin duda alguna, el peso de la crisis sobre sus hombros. ¿No cree usted que vale toda la pena el honor de ser el gobernador que dice que no, que o cambiamos las reglas de juego o nonines, no se paga la deuda, el joven gobernador que defiende el pequeño país en que nació frente al poder del capital y del Congreso de Estados Unidos? Qué grande suena. ¿No merece usted esa oportunidad? ¿No se merece el país esa oportunidad? El gobernante sabio reconoce la ocasión propicia para actuar con audacia y grandeza.

Si por artes desconocidas y mágicas, mi fantasía se hiciera realidad, y estas palabras llegaran a su mente, le hicieran repensar la situación y verla desde el lado del pueblo, me sentiré feliz. Además, tendrá usted mi respeto absoluto y mi más profundo agradecimiento. ¿Qué más puede desear un gobernante sabio?

Atentamente: un cándido y fantasioso habitante del reino, cuyo juicio se ha visto afectado por el esprei pimienta lanzado por la policía el 18 de abril frente al Capitolio.

El autor es poeta y profesor de la UPR, en Río Piedras.

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