TOPOGRAFÍA: Susana sonríe (1943-2018)

“Y, viéndose perdido, ¿por qué no se hizo el muerto?

Gregorio contesta rápidamente:

‘Porque la misión nuestra no era esa.’

Luego, bajando la voz, dice muy quedo:

‘La misión de un nacionalista no es rendirse.

Se llama hombre suicida . . .’”

Quien pregunta es Miñi Seijo Bruno, y el que contesta, Gregorio Hernández Rivera, el único sobreviviente del ataque a Fortaleza el 30 de octubre. El diálogo forma parte del libro La insurrección nacionalista en Puerto Rico 1950. En ese momento histórico, si bien la familia de Matos Paoli y Freire Meléndez compartía el punto de partida de Gregorio, el camino de su respuesta fue distinto. Ellos crearon otra vía. Tal vez, como en aquel Utuado utópico al que los insurrectos –según el plan original– debían llegar para resistir, la pareja de Francisco e Isabel, sus hijas Susana y Marisol, y luego los nietos, pudieron crear otra vía de la insurrección: se unieron en la resistencia de la trinchera familiar. Con su amor, convirtieron la derrota político–militar, en una victoria personal, familiar, ética y poética. En una especie de posguerra, supieron vivir y conocer la alegría, a través de la transformación y la perseverancia. Mientras otros, en la década del cincuenta, vivían en la normal anormalidad colonial, la familia de Matos Paoli y Freire Meléndez sobrevivía al presidio, la soledad y la incomprensión de la mayoría engañada que celebraba la política oficial. Pero la familia salió adelante, y sonriendo. Quizá, de ahí nació la sonrisa de Susana.

Por razones evidentes, la biografía de los padres de esta familia es más notoria que las de las hijas. Reconocemos, por lo tanto, que es poco lo que sabemos de Susana. (Pero es que también ella parecía que obraba en el clandestinaje, y razones no le faltaban.)

Entre otras cosas, sabemos que estudió en la UPR en la década del sesenta, que estuvo cerca del grupo de poetas de la revista Guajana, que estuvo casada con el poeta Marcos Rodríguez Frese con quien tuvo dos hijos, Ernesto e Isabel; que estuvo en el Colegio de México, que hizo la tesis de maestría sobre Matos Paoli en 1984 y la doctoral sobre Octavio Paz en 1991, que publicó dos libros sobre la obra de Matos Paoli: Intelecto en Éxtasis (2014) y Po/ética (2011), que fue profesora universitaria.

Algo nos sugieren estos datos. La poesía es una presencia constante en la vida de Susana. Su tesis de maestría y los dos libros publicados demuestran su deseo de entender, profundizar y explicarles a otros algunas de las claves de la obra de Matos Paoli. Tampoco es casualidad que el tema de su tesis doctoral sea Octavio Paz. Hay correspondencias. Ambos poetas, coetáneos, buscaban en la poesía la unión de lo terrestre y lo trascendente o divino. Paz buscó en otros dioses, Matos Paoli reinterpretó su cristianismo. La lectura de uno ilumina la del otro.

Hay otro algo que nos sugieren los datos. Digamos que por contigüidad histórica y generacional, Susana coincide con el auge del marxismo en su versión leninista no solo en el ímpetu de las luchas universitarias de la década del sesenta sino también en el movimiento político de izquierda en el país. Debe haber sido problemático para Susana (y para Marisol) formar parte de un espacio familiar signado por el nacionalismo, el catolicismo, el espiritismo y la masonería, cercado además por la persecución, y a la vez participar o atravesar por los incendiarios círculos universitarios independentistas alimentados por el marxismo leninismo. No hay duda que las consignas y voces provenientes del marxismo universitario afectaron a Matos Paoli. La evidencia está en sus diarios y en su poesía. ¿Pero cómo les afectó a Susana y a Marisol? No lo sabemos. Susana, según la recuerdo, era discreta y reservada. Pero el haber estado tan cerca de los poetas marxistas de Guajana y a la vez estar dentro de una familia de hondas raíces nacionalistas y cristianas creo que tiene que haberle dejado huella.

En 1988 conocí a Susana en la Universidad Interamericana donde fuimos colegas. Luego, en 1989, iniciamos labores en la UPR en Río Piedras. Nos unían convicciones políticas y el compromiso poético con la obra de su padre. Pero, ¿de verdad, la conocí, supe de verdad quién era ella? Susana reía mucho al hablar, y ahora se me ocurre que detrás de su hablar riendo estaba la sabiduría de la persona que está de vuelta de mucho sufrimiento y puede navegar sobre el mismo. Por ejemplo, nuestro último encuentro, en la actividad de recordación de la vida de Elizardo Martínez.

Allí, en el patio central del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe me dijo riéndose y muy divertida, que iba a ser bisabuela y luego añadió una frase, algo así como “si llego allá” o “si estoy viva para entonces”. Yo no supe o no quise interpretar las palabras. Sabía de su enfermedad pero no creía que su final fuera inminente. Pero ella estaba, a la vez, dentro de la trama de la vida y por encima de todo. La muerte estaba ahí, sí, pero también, a la vez, la vida. Era como si poseyera una conciencia superior de los acontecimientos o que su estado de ánimo estuviera alimentado por un gozo secreto. No tengo dudas sobre eso. Pongo un ejemplo más de su forma de ser, aunque en este no hay risas. Una vez, como reacción a un malentendido intradepartamental, le oí exclamar, en privado, refiriéndose al poder colonial que: “le habían quitado a su padre”. La frase no se olvida fácilmente pues ella encierra todo el dolor de la cárcel, la persecución, la soledad, la incomprensión del país, así como los vaivenes de salud de don Paco.

Se han quedado muchas conversaciones y asuntos sin abordar con Susana, uno de ellos la publicación del tercer diario –inédito– de Matos Paoli. (Una pena: cierta editorial que no contestó no tuvo la deferencia de devolver la copia sometida a su consideración.) Pero ahora que ella ha traspasado la frontera del rocío, esa metáfora de metáforas del Canto de la locura, yo aprovecharía para preguntarle algunas cosas como, por ejemplo, y entre otras, si ha constatado que la Virgen curó a su padre o si fue un desvarío de él haber pensado eso; también, si ha recuperado la parte perdida de su familia, esta vez con toda la alegría de la presencia plena. Le preguntaría si ya ha conocido a Susana Paoli Gayá, la abuela de quien heredó su nombre; también, si ya le han sido reveladas las últimas claves de la poesía de su padre, y si ya, por eso, y por fin, se siente liberada de todo. Pero me imagino que Susana, siempre discreta, reservada, como clandestina, no me contestaría, ni a mí ni a nadie. Con su sonrisa insinuaría que tendríamos que traspasar la frontera del rocío para buscar las respuestas. Sí. Así será tarde o temprano. Pero no hay que tener prisa ni temor. Gracias a esta familia, ya sabemos reinterpretar a Gregorio, el sobreviviente: la misión no es rendirse, es crear una vía propia de resistencia y de alegría secreta, o lo que es lo mismo, hablar riéndose, con una sabiduría que navega sobre el dolor, como Susana.

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