Topografía: Vanessa Droz / haijin boricua

En 2016, Vanessa Droz añadió a su trayectoria poética un libro inspirado en la tradición del haikú. Publicado por el ICP, bajo la dirección editorial de Ángel Antonio Ruiz Laboy, edición de Carmen Rodríguez Marín y diseño de Edder González Palacios, Bambú y otros horizontes es un libro único en nuestra poesía por tres razones. La primera: la poeta se inspira en la cultura japonesa (de fundamentos no judeocristianos), la segunda, que se arriesga en la práctica de una composición muy particular y difícil que une la sencillez y la profundidad. La tercera es una consecuencia de lo anterior: la poeta le recuerda a la tradición puertorriqueña lo poético-esencial que solo se revela en la brevedad.

Como es sabido, el haikú, de origen japonés, es un texto breve de 17 sílabas que trabaja, entre otros, los temas del encuentro con la naturaleza, el tiempo, las estaciones, la fugacidad y, a la vez, la concentración o sensación de lo eterno en el instante pasajero. Aunque su composición consta de tres versos de 5-7-5 sílabas respectivamente, no siempre es así. Su verdad puede aparecer en un solo verso. Tampoco la rima es obligatoria, en la lengua japonesa se prescinde de ella.

Vicente Haya, traductor y exégeta, nos confirma que el haikú no es solo una experiencia estética, es un encuentro con la realidad: “El haiku es un modo extraordinario de entrar en la realidad que nos soporta; de vivir la existencia por dentro.” (El haiku como camino espiritual, 2007). ¿Es necesario añadir que tal encuentro también es una forma de “espiritualidad”?

¿Pero cómo es o debe ser ese encuentro?

Sin descartar los otros sentidos, la mirada y la atención a la naturaleza son esenciales para el haikú. Mirar es un estado de alerta y de comunión con lo real inmediato.

Entonces, ¿qué mira Droz y cuáles son las consecuencias?

Examinemos cuatro composiciones de la sección “Del bambú” donde la voz del haikú contempla el mundo con conciencia de sí misma a través de los temas del arte, el tiempo y la fe.

Concepto:

“Es japonesa / la espiga del bambú / en mi cabeza.”

La voz está consciente del origen lejano de su empresa poética, sabe que su medio de expresión proviene de remotas regiones y que ha sido transplantado a suelo o a mente boricua. La espiga es inflorescencia japonesa, no así la poeta. Sobre esa primera espiga o haikú, sobre esa cabeza o de ella, fructificarán los siguientes.

Aquí ya identificamos dos actos de autoafirmación de la poeta con respecto a la tradición japonesa: 1. El poema declara que es invención mental del sujeto que habla; 2. el hablante no se esconde, su presencia se manifiesta en la gramática a través del adjetivo posesivo “mi”.

La voz toma posesión de la lejana espiga, la hace suya. La espiga podría equipararse con el poema mismo. La composición del haikú se supone que sea horizonte ajeno a la poeta, sin embargo, la autora parece sugerirnos que le asiste el derecho a la verdad de la experiencia poética que deberá ser universal si ha de ser válida.

Es decir, si bien el haikú es japonés, aquí sale de la cabeza de una puertorriqueña. A partir de ese comienzo los lectores deberán leer no solo con atención sino con la conciencia de la libertad de la poeta.

Reloj I

“Tiemblan las hojas / del borroso bambú. / Marcan las horas.”

La imagen visual nace de una experiencia única, exclusiva del yo o haijin que mira. El viento mueve las hojas del bambú. Luego, (ese efecto visual) produce la idea, la interpretación en la mente del observador. El temblor de las hojas del bambú le sugiere al yo la idea del paso del tiempo. Pero ese tiempo es borroso, es decir, indefinido, impreciso. ¿No será acaso la negación del transcurso del tiempo? ¿O su desaceleración, ralentización en virtud, justamente, de una especie de “éxtasis” de la mirada? ¿Cómo se pueden marcar “horas” que son “borrosas”? ¿Qué tiempo es ese? ¿En qué tiempo estamos? La concentración en el instante efímero nos hace sentir o intensificar nuestra conciencia del tiempo y, a la vez, de una especie de no-tiempo.

Cerca del cielo II

La arista gris / funda la catedral / en la que yazgo.

El adjetivo “gris” le resta color, verdor, vida al sustantivo “arista”. Las nociones de fe, espiritualidad etc. se manifiestan en la palabra “catedral” y se hace presente el yo de forma explícita. Justa e irónicamente, esa arista gris, color ceniza, es el fundamento de la catedral donde está o yace el hablante.

El lugar que por tradición del lenguaje cristiano es la “casa de Dios” aquí, en el haikú, se transforma. Independientemente de la existencia de una imagen con la estructura de una catedral, la asociación con la idea de lo sagrado o de la religión es evidente.

Tal vez se trate o de la pérdida de la fe tradicional o de la propuesta de otro tipo de fe o trascendencia. ¿Una catedral fundada en la arista gris? ¿Una “catedral de ceniza”? ¿La experiencia del instante en toda su impermanencia, fragilidad, belleza e intensidad? La haijin (persona que escribe haikús) siente que está en su sitio al estar en ese instante-lugar tan único.

Templadura

El bambú tiembla / Por los haikús que escribo. / Piensa que finjo.

Parece que la reacción del bambú ante los haikús es temblar de indignación o insatisfacción. La posibilidad de engaño por parte de la voz provocaría tal reacción en el bambú. La voz dice que el bambú cree que ella finge. ¿Pero qué significa aquí el fingir y qué consecuencias acarrea? La “ficción” o “falsedad” de la voz podría ser un acto censurable por parte del bambú. ¿La exigencia ética y estética del bambú sería la sinceridad, la transparencia entre él y la palabra que lo nombra?¿Es decir, la retórica, la voluntad de estilo o de un efecto estético más allá de lo que ofrece el objeto mismo de la palabra, en este caso el bambú, sería un proceder incorrecto? En esta composición, la haijin, se expone al veredicto de los lectores. Nos muestra con ironía la autoconciencia de su arte. Está consciente de escribir poesía (género artístico) utilizando una forma que tiene una relación conflictiva con “lo estético” pues el haikú también propone una relación espiritual con la realidad. No es casualidad que este sea el último poema de la sección. Es un gesto de entrega a la audiencia y de espera por su veredicto.

El haikú es experiencia espiritual y, a la vez, forma artística. La reflexión sobre las correspondencias o fricciones entre ambas dimensiones es legítima.

Droz, conocedora de la literatura puertorriqueña, nos recuerda que si bien los poemas están hechos de lenguaje, la poesía es mucho más y, que, por lo tanto, se precisan otros caminos ante el “retoricismo” o el exceso de palabras y pseudo experiencias poéticas de nuestra tradición. Ella nos propone la vía del haijin que es el haikú (y, acaso, otras prácticas análogas). Es un sendero fecundo que vale la pena recorrer, y ella lo hace con gracia.

Repito: Bambú y otros horizontes es un libro único. Lo bueno si breve . . . Arigato, Vanessa Droz.

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