Un “businessman” con título de rey y el pedestal sin estatua

Foto Humberto Trias

 

CLARIDAD

En los casi quinientos años de colonialismo español, cuando los monarcas no sólo llevaban el título, sino que verdad ostentaban poder absoluto, nunca uno de ellos (o ellas, que también las hubo) pisó tierra borincana. Sin embargo, en los últimos 35 años, dos borbones nos han visitado tres veces. Esa aritmética (0 en 500 años versus 3 en 35) dice algo sobre la verdadera función de la actual monarquía española, que retomó la corona en 1975 tras la muerte del dictador Francisco Franco y por mandato expreso de éste.

En el caso de España, a diferencia de Gran Bretaña y aún más de otras casas reales europeas, la monarquía tiene más poder porque la constitución le asigna el mando de las fuerzas armadas. Esa fue una de las medidas que los franquistas impusieron cuando se negociaba el fin del franquismo. No obstante, su injerencia en la marcha regular del gobierno es poca y su presencia está cada vez más impugnada tras los escándalos del primer monarca de la era post Franco, el rey Juan Carlos, hoy llamado “el Emérito”. El título se le adjudicó tras verse forzado a abdicar en favor de su hijo Felipe en una movida desesperada para evitar que la imagen de la casa real siguiera deteriorándose, al grado de perder todo asomo de legitimidad.

Los escándalos del “Emérito” no nacieron mientras ejercía las funciones como jefe de estado que el sistema político le asigna, sino en su otra función, mucho más activa e importante, la de “hombre de negocios”. La diferenciación que hago entre el “businessman” y “jefe de estado” es bastante tenue, porque el borbón, de forma inescrupulosa mezcló las dos, utilizando la última para beneficio de la primera. Mediante un esquema típico de la peor corrupción pública, se dedicó a gestionar grandes contratos para empresas españolas a cambio una jugosa comisión. Nadie sabe cuánto dinero se agenció el monarca porque la justicia española todavía no ha querido investigar, pero la cifra se calcula en cuentos de millones de dólares. Como buen corrupto, escondió el dinero mal habido en paraísos fiscales y lo utilizó para financiar la parte escandalosa de su vida “privada”, llena de amantes, cacerías y francachelas.

De esos escándalos nació la actual corona de Felipe, llamado el VI, quien ahora realiza su segundo viaje a la excolonia puertorriqueña. La visita se enmarca en la celebración del quinto centenario de la fundación de San Juan, nuestra ciudad capital, un evento que a pesar de su importancia ha pasado desapercibido, si lo comparamos con la gran fiesta que se montó en 1992 en ocasión de otro quinto centenario, el del “descubrimiento”. No sé si es por la pandemia, o porque tanto la gobernación como la alcaldía de San Juan están bajo el control del anexionista PNP, los quinientos años de la ciudad se han quedado sin brillo. No obstante, el rey de España de todos modos ha venido, aunque la fiesta se quede corta.

Tal vez la explicación para la visita está en una nota del diario El Nuevo Día de hace unos días. “Visita de Felipe VI enfocada en desarrollar relaciones de negocios”, decía el titular y el texto ampliaba que el monarca estaría presidiendo “una cumbre de negocios ente España y Puerto Rico con empresarios de ambos países”. Como vemos, la visita se enmarca en la función del rey como “businessman”, algo que Juan Carlos, el progenitor de Felipe, llenó a cabalidad. Lo que no sabemos es si esa labor de promover negocios el visitante estará cobrando una comisión como acostumbraba el ahora “emérito”. Esas cosas a veces nunca se conocen. En el caso de Juan Carlos se descubrió gracias a una de sus amantes, Corinna Larsen, una alemana que se hace llamar “princesa”. De modo que si Felipe está pasando factura por sus gestiones mientras celebra los 500 años de San Juan, tal vez nunca lo sepamos.

Esta visita sin brillo, centrada en “negocios”, demuestra el menguado papel que ahora juegan las monarquías europeas. Antes llegaban al extremo de llamarse “Rey Sol” y ordenaban la decapitación de un súbdito levantando un dedo. Otros, como aquel terrible Leopoldo de Bélgica, eran dueños de enormes territorios en el que millones de “nativos” esclavizados morían por él. Ahora siguen llamándose reyes y viviendo en palacios, pero no son más que parásitos del tesoro público o, como en el caso de los monarcas españoles, vulgares comisionistas de los que controlan el capital.

Y apenas unas horas antes de la visita del hijo del “Emérito”, un grupo de puertorriqueños decidió enviarle un mensaje muy pintoresco derribando la estatua del colonizador Juan Ponce de León. No es más que un pequeño desquite ante los desmanes que aquel bárbaro nacido en el siglo XV hizo en Borinquen tan pronto arribó en 1508. Con la fuerza de sus espadas y arcabuces, esclavizó la población taína buscando enriquecerse en el menor tiempo posible. Años después una flecha disparada en la Florida acabó con su vida, pero por sus desmanes en Borinquen nunca respondió. Ahora, el derribo de su monumento cumple, en parte, con la tarea pendiente. Cuando el rey visite la recién restaurada iglesia San José tal vez vea el pedestal vacío, como símbolo de lo que sus conquistadores representaron para la población originaria,

 

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