Un derecho esencial para atender problemas urgentes

JUAN MARI BRAS

 

 Especial para Claridad

No van tres meses de los últimos comicios, tanto en Puerto Rico como en Estados Unidos, y todavía nuestros políticos y  politólogos —los de oficio y los de afición— no se han enterado de que tanto nuestra patria caribeña como la de los norteamericanos con sede en Wáshington, hemos entrado en un cambio de época muy significativo.

Ya nuestro país no tiene que conformarse con el debate entre sordos de los portavoces y achichincles de los cuatro partidos  que participaron en las elecciones recién pasadas. Los que  creen tener una patria con sede en el distrito de Columbia, tampoco se han percatado que su “Old Glory: ya no ondeará más por sus respetos como la fuerza hegemónica del planeta Tierra.

Esto no es una afirmación meramente emocional, como nos seguirán diciendo algunos despistados. Es cierto que esta realidad nos emociona a los que hemos pasado la vida luchando por la completa libertad de nuestra única patria. Pero ahora a la emoción se une la emergente realidad. El “siglo americano” se acabó. Ahora los más lúcidos entre los que así denominaban al Siglo XX, han inventado una clasificación algo diferente para el XXI. Le llaman “el siglo post-americano”, para ablandar retóricamente el golpe que el cambio en la realidad les impone.

A nuestro pueblo le es urgente que se le devuelven sus poderes soberanos, que les han sido usurpados por los otros omnipotentes Estados Unidos, ejerciendo un derecho invocado por los grandes imperios de la historia, que es el ya desacreditado derecho de conquista. Hostos fue el primero que rechazó a voz en cuello, en la Liga de Patriotas que fundó, que los invasores de nuestra patria ejercieran unilateralmente ese alegado derecho. Sabía, por su condición de educador de gran sapiencia, que había que inculcar a los niños y niñas, desde muy pequeños, el amor patrio, para que pudieran juntarse a reclamar nuestros derechos nacionales al legar a la plena juventud. Por eso, uno de sus primeros esfuerzos, al regresar a Mayagüez, en 1898, fue la creación de una escuela de párvulos en un local abandonado por los españoles en el Barrio Balboa y en el que hoy está la Escuela Acenjo. El párvulo se define en el diccionario de la Real Academia como “dicho de un niño de muy corta edad”, y la segunda opción es “inocente, que sabe poco, y es fácil de engañar.” No pudo siquiera empezar a impartir educación a los párvulos mayagüezanos, porque los padres de familia residentes en la ciudad decían que esa escuela era muy lejos para llevar a sus hijos y el maestro no pudo realizar su tareas educativa primaria. Los párvulos crecieron inocentes y fácil de engañar, tanto ellos como sus contemporáneos en todo el país, e hicieron relativamente fácil el empeño del imperio en engañar a los boricuas a lo largo del siglo veinte y  lo que va del presente. Pero no todos y todas fueron engañados o engañadas. Ha habido, en todas las generaciones, hombres y mujeres a quienes no pudieron hacerle ver gato por liebre. Se han rebelado en todas las formas de lucha contra esa afirmación espúrea del llamado derecho de conquista. Eso es lo que ha salvado a Puerto Rico como patria. Y los que sí se dejaron engañar desde niños y niñas, todavía andan proclamando, de la mejor buena fe, pero por pura ignorancia, que el Congreso de Estados Unidos es el que tiene el poder soberano sobre Puerto Rico. Y se han pasado décadas enteras, unos, y otros, desfilando por los pasillos congresionales de Wáshington, para suplicarle a los congresistas que nos conceden migajas de poder, porque la mayoría ni siquiera se han atrevido a reclamar la totalidad de los poderes que nos usurpan y que son y serán siempre únicamente nuestros.

Ahora nos enfrentamos a un problema muy grande pero nos acompaña una gran esperanza. El esquema organizado por los usurpadores de nuestros derechos soberanos ha colapsado. Ya no funciona; entre otras razones, porque la inmensa mayoría de la humanidad ya no se deja usurpar sus derechos soberanos por los imperios y han empezado a afirmar, de maneras diversas, el derecho inalienable a la libre determinación y la independencia de todos los pueblos del mundo. Ese el estado del Derecho Internacional hoy.

En Estados Unidos ha sido electo presidente un hombre que pudo nuclear a su alrededor a las grandes mayorías del pueblo, que se hastiaron de respaldar a políticos de grandes ambiciones tanto para sus personas como para las claques dominantes que ellos representaron. Le dieron un mandato inconfundible de cambio a Barack Obama al elegirlo presidente de Estados Unidos. El mundo entero aplaudió esa elección y celebró la misma como indicadora de que el gobierno de Wáshington cambiará su política imperialista, llevada a sus extremos de torpeza por la admiración Bush-Cheney, y está ahora en espera de que ésta se concrete en acciones que validen sus ofertas. Ya veremos si tales esperanzas se realizan. Lo que sí podemos esperar es que, de seguir Barack Obama, por el camino torcido de la ambiciones imperiales que la cúpula del poder en Wáshington, y la clase dominante que representa, ha mantenido a lo largo de  siglos, tendrá como respuesta el repudio tanto de las fuerzas emergentes por todo el mundo como de las que también han empezado a emerger en Estados Unidos. Si, por el contrario, Obama empieza por poner en práctica su promesa de respetar el Derecho Internacional y la soberanía plena de todos los pueblos del mundo, podría convertirse en uno  de los mayores dirigentes políticos de todos los siglos de la historia de la humanidad. ¡Tamaña alternativa que tendrá que decidir el  nuevo presidente yanqui!

Nosotros acá, tenemos que organizar las fuerzas de los que van dejando atrás la inocencia de párvulos que os han entretenido en pugnas inconsecuentes por tanto tiempo, y encaminarnos juntos, porque esta patria es de todos, a buscar los cambios indispensables para encauzar el talento indiscutible de tantos boricuas hacia la creación de empleos en una economía auto-sustentable e internacionalista, que propicie el intercambio de bienes y servicios, para beneficio de todos los intercambiantes, que es la fórmula que avanza en nuestra propia región del mundo, el Caribe y la América Latina. Lo demás es perder el tiempo y el esfuerzo en disputas inútiles.

Las líneas anteriores están inspiradas en un trabajo manuscrito que me envió mi amigo y compañero de toda una vida de luchas y esperanzas Yeyo Rodríguez, que él titula “Que al nacer el niño, tenga su bandera”. Gracias, Yeyo y adelante, siempre adelante, hasta el último aliento de ambos.

Mayagüez, Puerto Rico, 24 de enero de 2009

 

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