Un último regalo

Por Crystal Lee Negrón Alicea

“Juliana, hermana querida, hoy soy esa brisa que golpea tu cabello cuando sales al patio. Soy el pájaro que te canta desde la ventana y la sombra que desea poder compartir una medalla fría mientras celebramos nuestro encuentro. Sin embargo, lo celebro yo desde este espacio tan inaccesible a ser rodeada por tus brazos, asfixiada por tus besos, abrumada por nuestro amor. Vengo a contarte lo que agobia mi alma y que no la permite partir. 

“Sueles ser inquieta, pero hoy andas serena y nuestro cuarto el refugio perfecto. Te quiero así, quieta y sorda, para que esto sea fácil y yo me pueda ir en paz. Cuando llegué a través del palo ‘e mango, te escuché hablar con mami sobre la preocupación que te causaba que estuviera tan lejos. Era entendible, aún existían factores que me dificultaban vivir tranquila. Entonces, recordé una publicación que decía: ‘En la vida hay que evitar tres figuras geométricas: los círculos viciosos, los triángulos amorosos y las mentes cuadradas’. Fallé en lo básico y ninguna evité. Corría peligro y tú intentabas mantenerme alejada de lo que me iba a llevar hacia un sueño permanente. Y ahora, de ese mismo sueño que temías, no volví».

“Siempre estuvimos de acuerdo en todo. Sin embargo, la presencia de Armando destruyó esa unión de pensamiento. Según tu sabiduría, él era una influencia negativa. Ahora, desde este ángulo, puedo comprender lo que te referías. Confieso que nunca quise mudarme con él a San Juan, pensé que dejar el oeste era ridículo. Intenté crear escenarios en donde me veía decidida a decir que no, pero en realidad no pude desistir. Era imposible no sentirme culpable por no poner como prioridad nuestra relación. ¿Cómo es que no me di cuenta? Esa culpabilidad era parte de su violencia”. 

“Me parecía normal que, donde yo capturaba la atención de otros, me agarrara fuerte de la cintura y me recordara que era suya. Pelear por mis salidas con amistades, pero yo tener que limitarme en reclamarle por lo mismo porque ‘no le tenía confianza y así esto no funcionaba’. Verme atrapada entre mis propios sentimientos porque expresar amor era imposible. Había pensamientos, sobre nosotros, que deseaba compartir, pero me aterraba conocer su reacción. La incapacidad de poder decidir sobre cómo y cuándo expresar afectividad, también influyó decidir por mí. No era hasta que me encontraba cansada que él, con su labia monga, me hacía volver a caer. Porque al final, todo giraba en su entorno. Todo esto no era normal. Tú siempre quisiste que lo entendiera, pero me convenció que tus palabras eran causadas por envidia. Por eso, mis oídos se volvieron sordos a tu preocupación y me fui con él».

“La felicidad no duró. Constantemente repetía que podía mantenerme, pero yo nunca accedí a su deseo y conseguí un trabajo. Por ende, me botó y estuve varios días durmiendo en el carro, hasta que una compañera me ofreció su casa mientras conseguía un hogar. Debí regresar al oeste, pero mi masoquismo no quería dejar el único lugar que nos unía. Ante la obligación de vivir sola, con todas las fuerzas que encontré, me dispuse a reconstruirme. Por más trillado que suene, entre tanto dolor, encontré felicidad, seguridad, y motivos para continuar. Y así, disfruté de mi compañía, del amor tan grande que me podía ofrecer. Intensidad y libertad. Hasta este momento, todo fue hermoso y tormentosos porque, aunque quisiera decirte que Armando no estaba presente, no puedo”.

Juliana se levantó de la cama para atender a quien tocaba la puerta. Lo único con lo que se encontró fue con una caja para ella. Alina, mientras se acercaban a la mesa, gritó: “Mírame”. Y así fue como las miradas entre ellas se encontraron. Con una fuerza sobrenatural, Alina mantuvo en control las emociones de Juliana. Pero no que Juliana abriera la caja y encontrara el cuerpo decapitado de su hermana. No era posible el abrazo que se deseaban dar, ni muchos menos el llanto que Juliana quería soltar. Solo cabía la posibilidad de amarse a través de las miradas. Era un momento de intimidad, confusión y mucho dolor, que Alina debía explicar. 

“No sé qué cosa me concedió la oportunidad de explicarte, pero aquí estoy. Yo nunca imaginé que yo podría terminar así, ni que mi cuerpo fuera el último regalo que recibieras de mí. Al parecer, mi manera de continuar y olvidar hizo que Armando reapareciera. Estaba inconforme con la idea de que ya no existía para mí. Sus acciones e insistencia por regresar me alarmaron y le pedí que se alejara, pero no lo hizo. Muchas veces quiso tumbar la puerta de mi casa, llamaba a la policía y llegaban dos horas después para no hacer nada. Me perseguía en diferentes lugares y hacía papelones, pero lo único que recibía de las autoridades era justificación. Hasta recomendaron que me mudara, ¿Pero por qué no hacían nada con él? Sin ver opción, decidí hacerlo. Pero lo evitó torturándome, violándome, insultándome; eso mismo que hizo durante nuestra relación, hasta asesinarme”.

“No me culpo por haber escogido la pareja equivocada, ni ignorar los consejos mientras estaba siendo manipulada. Culpo a las autoridades que no hicieron su trabajo en protegerme. Culpo a una sociedad que le hizo creer que tenía autoridad sobre mi, por no comprender la gravedad de la cultura machista que habita en las comunidades, en el lenguaje e incluso en la educación. Esa misma que me quitó la posibilidad, los sueños y la vida. Que arrebató mi autonomía, pues seré recordada como una mártir culpable de lo que sucedió. Pido justicia por todas, y la acción sobre educar, luchar para que la sociedad deje de victimizar al asesino, sienta compasión por la víctima y contribuya hacia un futuro donde dejemos de decir “ni una menos”. Que tu propósito sea que todas puedan vivir en paz. Lamento que sea esta nuestra manera de despedirnos, pero lo agradezco porque todo, por más feo que haya sido, lo compartí contigo. Te amo”.

Este relato de Negrón Alicea recibió mención de honor en el 70 Certamen Literario (2019) , que celebró la Facultad de Estudios Generales, Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. 

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