Una bota aplasta el cuello de la democracia Americana

 

Por Cornel West

El autor es filósofo y destacado intelectual y académico sobre temas de sociedad y democracia en Estados Unidos. Ha sido un consecuente activista político  y actualmente es profesor emérito de la Universidad de Princeton. Esta columna fue publicada originalmente en la edición del 2 de junio de 2020 del periódico británicoThe Guardian. La traducción es de CLARIDAD.)

“La pregunta fundamental en este momento es: ¿puede Estados Unidos ser reformado?”

Otra vez lo mismo. Una persona negra es asesinada por la Policía en Estados Unidos. Otra ola de resistencia multirracial se levanta. Se inicia un nuevo ciclo de hablar sobre el tema racial en los medios de prensa corporativos. Ocurre otro despliegue de “diversidad” en el alto liderato neoliberal, al cual seguramente le seguirá muy pronto un nuevo contragolpe blanco. Sin embargo, esta vez sí podría ser una coyuntura decisiva.

La innegablemente bárbara muerte de George Floyd, la inescapable y viciosa realidad de la desigual miseria del coronavirus, el desempleo masivo a nivel de la Depresión y el colapso general de la legitimidad del liderazgo político (en ambos partidos) descorren la cortina en el Imperio Americano. La creciente militarización de la sociedad estadounidense es inseparable de sus políticas imperiales (211 despliegues de fuerza militar de Estados Unidos en 67 países desde 1945). La respuesta al asesinato de Floyd narra la historia de la enorme presencia militar, de los ataques no provocados y de la fuerza excesiva.

Irónicamente, el debate engañoso sobre si quienes protestan son “incitadores o solo manifestantes”, o sobre si son “agitadores que llegan desde afuera o ciudadanos legítimos de cada localidad” le resta atención al hecho de cómo una fuerte presencia policial puede precisamente incitar las faltas de respeto hacia la Policía. Pesa mucho el contraste marcado entre la actual respuesta policial, y la que reciben los provocadores de la extrema derecha que se exhiben dentro y fuera de los capitolios de los estados con armas cargadas y poderosas municiones. Recuerdo la experiencia propia de protestar en Charlottesville, Virginia frente a cientos de Nazis enmascarados y armados con balas vivas, y ver a la Policía replegarse y permanecer inmóvil y en silencio mientras éramos atacados inmisericordemente. Sin la intervención y la protección de Antifa, algunos de nosotros habríamos muerto.

Yo creo que cualquier ataque contra una persona inocente está mal. Pero enfocarse en los ataques de los manifestantes a personas o propiedades es desviar la atención de las muertes de miles de negros, de pobres y de trabajadores a manos de la Policía. También, oscurece el rol del aparato represivo en la preservación de un ordenamiento injusto y cruel. El control que ejercen los grandes intereses, las jerarquías de clase y de género y el militarismo global merece sobresalir de entre la profunda preocupación por los asesinatos y la brutalidad policíaca contra la población negra.

Las cuatro catástrofes sobre las cuales nos previno Martin Luther King- el militarismo (en Asia, África y el Medio Oriente), la pobreza (a niveles récord), el materialismo (la adicción narcisista al dinero, la fama y el espectáculo) y el racismo (contra los negros, indígenas, musulmanes, judíos e inmigrantes no-blancos)-han desnudado el odio, la codicia y la corrupción organizados que existen en el país. El aparato militar de Estados Unidos es una máquina de matar que ha perdido su autoridad dentro y fuera del país. La economía capitalista que prioriza en la acumulación de ganancias ha perdido su aura, y el esplendor de la cultura orientada hacia el mercado (incluyendo los medios y la educación) es cada vez más hueco.

La pregunta fundamental en este momento es: ¿podrá ser reformado este experimento social fallido?  La dupla política de un Partido Republicano en escalada neofascista, liderado por Donald Trump, y de un Partido Demócrata, fatigado y neoliberal, liderado por Joe Biden- de ningún modo equivalentes pero igualmente amarrados a Wall Street y al Pentágono-es la representación de un liderazgo decadente. La debilidad del movimiento obrero, y la actual dificultad de la izquierda radical para agruparse en torno a un proyecto revolucionario no violento que busque compartir la democracia y la redistribución del poder, la riqueza y el respeto son signos de una sociedad incapaz de regenerar lo mejor de su pasado y su presente. Cualquier sociedad es indeseable e insostenible cuando se rehúsa a eliminar las viviendas dilapidadas, los sistemas educativos decrépitos, la encarcelación en masa, el desempleo masivo y el sub empleo, un inadecuado cuidado de salud y las violaciones a los derechos y las libertades.

Dentro de todo, el magnífico valor moral y la sensibilidad espiritual de la respuesta multirracial al asesinato de George Floyd por un policía, que ahora se transforma en resistencia política al despojo legalizado de la codicia de Wall Street, al saqueo del planeta, y a la degradación de las mujeres y personas LGBTTQI, significa que todavía nos mantenemos luchando independientemente de las probabilidades.  Si la democracia radical muere en América, que se diga de nosotros que lo entregamos todo mientras la bota del fascismo americano intentaba aplastar nuestros cuellos.

 

 

 

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