Una botella arrojada al mar: encuentro con un libro

Foto suministrada por el autor.

 

Luis F. Avilés

(…)

En las profundidades

de la grieta de los tiempos,

junto a los

panales de hielo

espera, un cristal de aliento,

tu irrefutable

testimonio.

Paul Celan, Cristal de aliento

 

En muchas ocasiones compro libros recomendados por amigos o gracias a reseñas que he leído en periódicos o revistas. Cuando entro en una librería donde me conocen, como en la librería Laberinto en el Viejo San Juan, me encanta que su dueño y los empleados me recomienden novelas recientes o libros que podrían interesarme. Sin duda se siente un placer especial al saber que uno pertenece a una comunidad de lectores a quienes nos gusta opinar sobre autores y textos.

A pesar de este compañerismo libresco, es igualmente cierto que necesito explorar por mi cuenta y en soledad las estanterías de las librerías. Es aquí cuando uno se topa con libros escritos por autores un tanto olvidados que no necesariamente responden a los gustos de turno (el último premio literario o el filósofo de moda). Estos libros permanecen varios años sin que nadie los compre, a veces cubiertos por una fina capa de polvo. Contrario a los libros a los que llego por recomendación o que poseen el lugar privilegiado asignado a las nuevas adquisiciones destacados en una mesa o prominentes en una base inclinada que lo hace más visible al comprador, es siempre muy placentero para mí explorar los fondos que carecen ya de mucho interés.

En mi último viaje a Puerto Rico este pasado noviembre entré en una de esas librerías donde predomina el caos. Un verdadero alboroto de tomos de colores, nombres y títulos sin fin, muchos de ellos mal organizados. Los «bestsellers» aparecían en la entrada y los despaché de inmediato. Me dirigí directamente a las estanterías lejanas de la entrada. A mi edad es muy difícil ver los libros que están o demasiado altos o muy abajo en los anaqueles. A la letra G le tocó estar en uno muy bajo. Con algo de esfuerzo logré identificar un libro que me interesó. Su autor era el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer y el libro, de lomo azul oscuro con letras blancas, tenía un título de mucho interés: ¿Quién soy yo y quién eres tú? Comentario a ‘Cristal de aliento’ de Paul Celan. El libro, publicado en segunda edición por la Editorial Herder de Barcelona en el año 2001, era la traducción de una obra que Gadamer había publicado originalmente en 1973.

Tuve la impresión inmediata de que este libro me había escogido a mí esa tarde, que me había llamado y, más aún, que la pregunta que contenía el título era una con la cual había lidiado yo mismo por muchos años. No sabía que a Gadamer le había impresionado tanto el poemario de Celan y que su lectura lo llevara no solamente a escribir el libro, sino a privilegiar la pregunta por el yo y el otro, la interrogante por el quiénes somos.

Además del interés por la pregunta, el poemario de Paul Celan, Cristal de aliento, me recordó inmediatamente una exposición que había visitado hacía exactamente un mes antes de mi visita a la librería, en el Museo de Arte de Phoenix, Arizona, acompañado por Ivette y nuestros estudiantes Isabella Vergara y José María Urdaneta. Se trataba de una retrospectiva del artista colombiano Oscar Muñoz y me impactó específicamente su obra Aliento (1995). En la pieza, el espectador se coloca frente a lo que parece ser un espejo normal que al recibir el aliento hace aparecer de improviso sobre la superficie la imagen de un retrato que el artista toma de un obituario. Ese retratado, ya fallecido, va a sustituir por unos segundos la imagen del espectador para luego desaparecer. Se me ocurre que la obra del artista colombiano reproduce la pregunta que da título al libro de Gadamer, ¿Quién soy yo y quién eres tú? O mejor aún, la interrogante ¿quién soy yo y quién fuiste tú? Para Gadamer la poesía de Celan se acerca a «ese silencio sin aliento que es el enmudecer en la palabra convertida en críptica» (11). La imagen fugaz en los espejos de Muñoz y ese aliento leve que se acerca al silencio en los poemas de Celan (su propio cristal de aliento) incentivaron mi deseo por leer el libro.

Sentí la necesidad imperiosa de abrir el libro, de leer sus primeras páginas. En su «Prólogo» comenta Gadamer lo siguiente: «Los poemas de Paul Celan nos llegan… y nosotros no damos con ellos. Él mismo entendía su obra como una ‘botella arrojada al mar’; siempre hay alguien, este o aquel, que encuentra el envío y lo recoge, convencido de haber recibido un mensaje» (7). Nadie me sabría decir por cuanto tiempo me esperaron Gadamer y Celan en las estanterías de una librería desordenada en Puerto Rico, y nadie podría anticipar la conexión con la obra del artista colombiano Muñoz y sus «alientos». Es muy probable que el libro me haya esperado desde poco tiempo después de su publicación en 2001, ya hace 20 años. Con su capa fina de polvo, estaba ahí, en espera de mí, para decirme algo sobre quién soy, quién era Celan, quién era Gadamer, y quizá quién eres tú, amable lector de esta crónica. He recogido una segunda botella que contenía la primera botella del autor de Cristal de aliento. No he dejado de pensar sobre el aliento, el borde del silencio, sobre el muerto que logra hablarme en el cristal del espejo o en la página, ansioso por escuchar «la palabra que aún no ha callado» (Gadamer 111).

Antes de mi regreso a California, mientras leía el libro de Gadamer, recordé que en la novela La inutilidad de Eduardo Lalo se menciona brevemente a Paul Celan. Le pregunté a Eduardo si recordaba el pasaje, pero me dijo que no podía ayudarme puesto que él nunca ha vuelto a leer su novela después de publicada. Sentado ahora, escribiendo estas líneas en California, decido corroborar si mi memoria no me fallaba. Busco el ejemplar de la novela y, en efecto, tenía razón. Hay una mención de Celan en La inutilidad:

En una mesa frente al sofá había una pila de libros de poesía. La muchacha cogió uno y lo abrió al azar, deteniéndose apenas unos segundos en un verso o una estrofa.

–No sé cómo encuentran a alguien que les publique esto -dijo haciendo una mueca a Alejandro.

El volumen descartado era de Paul Celan. Supuse que no valía la pena decirle quién era. (La inutilidad, Ediciones Corregidor, 2013, 171)

He aquí el extremo opuesto al entusiasmo que sintió Gadamer como lector y la pérdida inexorable del aliento poético de Celan. En la novela, el narrador no tiene más remedio que callar, puesto que intuyó que no valía la pena dar explicaciones. De esta manera no se escucha el susurro que acompaña la poesía de Celan, su lucha en contra del silencio. En esta corta escena de la novela de Lalo, la lectura encuentra su callejón sin salida y la imposibilidad de instaurar una comunidad de lectores. En definitiva, es como si Celan hubiese expirado por segunda vez y la botella lanzada al mar haya seguido de largo en busca de otro puerto más hospitalario.

Asumo con entusiasmo la elección que ha hecho este libro. La botella me ha encontrado y me convida. Al abrir y ojear las páginas iniciales de ¿Quién soy yo y quién eres tú? y avivar mi memoria de Aliento de Muñoz, la poesía de Celan y la lectura de Lalo, me doy cuenta de que, en efecto, era imposible no comprarlo. En sus páginas se ha guardado embotellado, «En las profundidades/ de la grieta de los tiempos», un mensaje que no rechazo.

 

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