Una Policía sin control y sin dirección

 

Especial para CLARIDAD 

El constante exceso de uso de fuerza policíaca contra manifestantes quedó evidenciado una vez más en la jornada de protestas #RickyRenuncia, la cual comenzó el 10 de julio y se extiende hoy día a pesar de que Ricardo Rosselló anunció su renuncia el pasado 25 de este mes. 

Comenta Mari Mari Narváez en su columna Rosselló y su Manada: Reprimir por existir, publicado en CLARIDAD hace dos semanas, que en estos últimos años se han evidenciado niveles de represión inimaginables para ella –y para muchos otros puertorriqueños y puertorriqueñas–.

En Fortaleza los estaban esperando. Foto Ernesto Robles

Además del uso excesivo de la fuerza policíaca, Mari Mari ofrece otros ejemplos de represión: los casos recientes de las últimas celebraciones del 1ro. de mayo, el encarcelamiento de Nina Droz, los cargos contra estudiantes que protestan, los arrestos al estilo secuestro, las intimidaciones y fabricaciones serias a estudiantes huelguistas. 

Durante las manifestaciones de la jornada #RickyRenuncia comenzada el 10 de julio, 43 personas se vieron afectadas por diversos tipos de intervenciones de la Policía de Puerto Rico. Este número no incluye a cientos de personas que, se estima, sufrieron los efectos de los gases lacrimógenos lanzados a lo largo de muchas calles del Viejo San Juan en múltiples ocasiones, así como en una manifestación en Guaynabo. 

El informe de Kilómetro 0

Esta última información se evidencia en un informe preliminar que ha suministrado en estos días y con gran sentido de urgencia el portal electrónico Kilómetro Cero, cuya labor es supervisar y promover la restricción del uso de fuerza del estado contra la ciudadanía. 

«Ahi viene el Mr. con macana». Foto Ernesto Robles

Según este informe, que puede encontrarse en https://www.kilometro0.org/informes, al menos 29 personas de esas 43 se vieron afectadas por alguna técnica de uso de fuerza por parte de la Policía de Puerto Rico. También de esas 43, 16 personas fueron arrestadas y 20 resultaron heridas. Los casos que se documentan en el informe incluyen macanazos, disparos de armas con municiones de goma, gas pimienta, gases lacrimógenos, golpizas, daños a la propiedad y otras agresiones.

También, explica el informe, para el cual han colaborado organizaciones como ACLU Puerto Rico, Amnistía Internacional Puerto Rico, Brigada Legal Solidaria, Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico y el Instituto Caribeño de Derechos Humanos, que los usos de fuerza que se documentan se dan en el contexto del derecho a la protesta que tienen los y las ciudadanas, una actividad protegida por la Constitución de Estados Unidos y de Puerto Rico. 

Informa el documento que durante esta jornada de protesta se han podido constatar: 9 agresiones con balas de gomas o perdigones; 8 agresiones documentadas de personas directamente afectadas por gas lacrimógeno o pimienta; 4 casos de agresiones con múltiples técnicas de uso de fuerza (golpes con macanas, gases, barridas de piso, uso de gas pimienta, etc.); 3 agresiones con macanas o batones extensibles; 1 agresión con taser por parte de agentes federales, del Servicio de Parques Nacionales de Estados Unidos. 

Además, 4 casos que constituyen otras agresiones no mencionadas anteriormente. (Una mujer a la que, se alega, la Policía le dislocó un brazo, aunque aún no se tiene información sobre cómo lo hizo; un automóvil quemado por la Policía; un joven al que le cayó un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza provocándole una herida punzante y una agente de la Policía a la que pisaron con un vehículo oficial). 

Foto. Ernesto Robles

Para Kilómetro Cero estos ejercicios de fuerza de parte de la Policía de Puerto Rico fueron injustificados, excesivos, desproporcionados, destemplados e ilegales. El diario estadounidense, The New York Times, analizó decenas de vídeos y fotos de la jornada de protestas y también concluyó que la Policía se excedió en el uso de la fuerza contra personas “que no representaban una amenaza”. 

 

Testimonio de Mónica Flores

Mónica Flores, joven manifestante agredida con balas de goma por la policía el 22 de julio en el Viejo San Juan, jamás pensó que iba a ser objeto de un ataque “excesivo, abusivo e innecesario”, como lo calificó al contar su experiencia, la que se copia adelante. 

Escribir esto ha sido más difícil de lo que pensé. Tal vez porque aún estoy procesando todo lo que viví en los pasados días. Tal vez porque duele enfrentarse al discurso de la lucha “sin violencia” cuando tengo moretones en ambas piernas. Cuando tuve que ser cargada por extraños por no poder respirar. Cuando camine desorientada por un Viejo San Juan en guerra. Y es que recibí cuatro impactos de bala. Cuatro. Todos en la parte trasera de mis piernas. Todos mientras intentaba alejarme, junto a mi hermana, de la nube de gases lacrimógenos que avanzaba hacia nosotras y que nos persiguió por varias cuadras. Estuvimos varios días participando de las manifestaciones en Fortaleza. Todas acababan en gases. Todas. El lunes 22 de julio no fue la excepción.

Allí estábamos mi hermana, varias amistades y yo, consignando, cantando y aplaudiendo al son de la batucada que tocaba justo en la línea policiaca en la Calle Fortaleza. Estuvimos así unos 30 o 40 minutos y, de momento, escuchamos a un oficial de la policía: “tienen 10 minutos para desalojar el área. Esta manifestación se ha convertido en una ilegal”. ¿Qué? ¿Ilegal? ¿Por qué? Esto es un espacio público – grite a viva voz. No era la única. Mi hermana y yo decidimos que no nos iríamos. No íbamos a renunciar a nuestro derecho a protestar. Como generación y como pueblo, ya habíamos perdido demasiado. La batucada seguía tocando. Los 10 minutos se volvieron 5, luego 2, luego 1. Teníamos “goggles” de natación y camisas humedecidas para cubrirnos. Nos las pusimos. Comenzamos a caminar y darle paso a quienes tenían mejor protección. Recuerdo las primeras dos latas de gas lacrimógeno. La primera cayó a mi derecha. La segunda quedó atascada en un balcón, obligando a un camarógrafo a irse. Recuerdo también las palabras de otros recomendando no correr para evitar una estampida. Aceleramos el paso para llegar a la Plaza de Armas, donde nos encontraríamos con las demás. Hacemos una izquierda y “pum”, detonaciones, seguidas de un dolor en ambos muslos. “Me dieron”, le dije a mi hermana. “Auxilio!” comenzó a gritar ella. El grito más desgarrador que había escuchado y venía de “la chiquita de casa”. Cada vez que pienso en ese momento, se me aprieta el pecho. Es esa escena clásica que explotan para películas y documentales, pero que uno nunca piensa que va a tocar tan cerca. Y ahí estaba ella, pidiendo ayuda a gritos. Miro hacia atrás. Teníamos a la policía encima. “Estoy bien; hay que seguir”- le dije. Llegamos a la plaza y me bajo un poco el pantalón. Pude ver un círculo de sangre en mi muslo derecho. Para eso, ya la formación policiaca estaba en la Calle San José. Los teníamos de frente. Sentí mucha rabia. No podía entender qué exactamente estaban defendiendo, ni a quién, ni porqué. Mucho menos podía entender cómo se justificaban mis heridas. Como yo podría haber representado una amenaza. Lo que sí quedó claro es que, ante sus ojos, ya no éramos personas. Tal vez un manifestante nunca lo es ante el poder del uniforme. La lluvia de gases y las balas comenzaron nuevamente.

Tocó volver a correr, pero las camisas y los “goggles” no daban para mucho. No podíamos ver. Tampoco respirar. Recuerdo chocar con algo y luego ser agarrada por otras personas. Caí al piso sin poder respirar. Alcancé a decir “no puedo”. A lo que alguien me contesta “sí puedes” y me levanta. Mi hermana ya no estaba conmigo. Sin soltarme, me echa dos sustancias distintas en la cara y, finalmente, puedo respirar y ver un poco. Quien me cargaba tenía una capucha azul brillante y siguió conmigo hasta la Calle San Sebastián, done vuelvo a ver a mi hermana siendo ayudada por otro encapuchado. Me despido con un “gracias”. Estoy convencida que nos habían salvado de una suerte peor. La policía seguía detrás y avanzando. 

La nube de gases lacrimógenos y balas también. Turistas y manifestantes buscaban resguardarse en los negocios que aún estaban abiertos. En uno de esos negocios conocí a Claudia. Tenía triple antibiótico, “tape” y gasas. Allí me atendió rápido y volvimos a la marcha, pues la policía se acercaba. En todo el trayecto no dejaban de escucharse detonaciones, gritos, explosiones, cosas romperse. En todas las calles estaba sucediendo algo. El Viejo San Juan era una zona de guerra. La tregua llegó justo cuando llegamos a la Plaza Colón, donde la gente se aglomeraba a esperar la famosa caravana del Rey Charlie. La caravana llegó. Me monté. Si iba a coger tiros, al menos cogería también una “trillita”.

Tres horas después, estaba siendo cargada entre dos personas hacia la casa. Mis piernas hinchadas ya no daban para más. Dos días después, estaba nuevamente en Fortaleza, recibiendo la renuncia. Esa noche, las piernas dolían un poco menos. Al otro día, pude bailar. Seis días después, se mantienen los moretones. La convicción de que la democracia se ejerce y exige todos los días, también se mantiene.

 

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