Una señal ¿pero de qué?

Zahira Cruz / Especial para En Rojo

Hace unos días releí la última novela de Rafael Chirbes, Paris-Austerlitz, publicada póstumamente por Anagrama en 2016. En ella se narra una intensa historia de amor entre dos hombres que, propone una reflexión sobre los límites del amor, el compromiso y el final de la vida. Pero, además, sobre aquellas cosas —muchas— que llegan a condicionar los sentimientos y las formas de relacionarnos con los otros. Es una novela triste. ¡Parece que son mis favoritas!

En ella hay un pasaje que capturó mi atención, no solo por lo desenfadado del juicio que expresa sino porque lo estaba leyendo en Semana Santa. Lo transcribo:

El chico bien vestido que acompaña al obrero borracho Michel. Que se follaba al borracho Michel. Que seguramente le paga porque es un rico vicioso que se excita con los marginados. Los hay. Olisquean en los túneles del metro, en los muelles del río. Buena parte del santoral católico se nutre de ese tipo de pervertidos. Que te excite la pobreza ajena, descubrir un rescoldo de la energía subyacente donde se ha consumado la derrota y querer sorberlo, apropiarse de ese fulgor: una caridad corrompida (11).

Me quedé un poco con la boca abierta, no porque me ofendiera la declaración del personaje ni porque no se me hubiera ocurrido que esta perversión fuera posible, sino más bien porque se trata de una de esas casualidades que al reparar en ella me descubro perpleja. Leer esto, justo en la Semana Mayor, en la que muchos fariseos, no únicamente católicos, andan dándose golpes de pecho, fue casi como una epifanía. Como cuando, en otra ocasión, leía por primera vez El sueño de un hombre ridículo, cuento de Fiodor Dostoievski, y me topé con que el hombre ridículo había escogido el día tres de noviembre para suicidarse, mismo día en que yo lo leía, y, además, sintiéndome bastante ridícula —no por estar leyendo a Dostoievski—. Son como señales, exactamente de qué…? ni idea, pero señales al fin. Entonces, pienso en las casualidades como eventos que me erizan la piel e incitan la imaginación. Pienso en las probabilidades, en el azar y en la fortuna, y, reconozco que nuestras certezas penden de un hilo. He comenzado a creer en la existencia de un plan siniestro.

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