Ventana Cerrada

 

Por René Duchesne Sotomayor

Puedo trazar la planta de una casa de tan solo echarle un vistazo. El tamaño de una ventana y el espacio que éstas ocupan en sus muros, me dice más sobre los interiores que cualquier vista que éstas puedan enmarcar. ¿Para qué achicar la apertura, si el tamaño reducido de por sí revela la localización de un baño o cocina? ¿De qué sirve glasear el cristal de esas ventanas intercaladas, si su alineamiento ascendente en el muro revela la presencia de una escalera? Igualmente, la cantidad de puertas que una casa tiene, y el rol que cada una de éstas desempeñan en la fachada, dice mucho sobre los espacios que resguardan, a tal punto que a veces me pregunto de qué sirve añadirles un cerrojo.

Iván Villanueva, el propietario de la residencia, nunca se sintió vigilado. Nunca fue preciso vigilar la casa porque bastó con mirar. Bastó con ver lo que la casa ofrecía, y la información se desbordaba por las ventanas, estuviesen o no las luces encendidas. Si no había secretos que desenterrar es porque la casa nunca supo esconderlos. O mejor dicho, nunca trató. Como dije: de nada sirven los cerrojos cuando el cristal y la madera hablan tanto. Y esta casa hablaba con elocuencia –salvo por una ventana.

Se encontraba en la tercera planta – si empezabas desde la izquierda, sería la segunda. Más allá de eso, no sabría qué más decir sobre ésta. No había ningún detalle sobre esa ventana que hiciera que se destacara. El material era el mismo, el tamaño también. No estaba pintada de un color distinto y no portaba algún símbolo críptico que gritara “¡Aquí algo anda mal!”. La ventana no se destacaba por su aspecto, pero tampoco encuadraba en el panorama. Cuando posé los ojos en ella el presentimiento fue inmediato, pero se me hizo difícil articular mis sospechas por varios días.

Mi socio tampoco tardó en dar con ella. Y cuando sus ojos anclaron, el impacto fue violento. “¿Qué piensas, Pedro?” me preguntó al cabo de un rato, señalándola con los labios. Masticaba con dificultad la comida, sin parpadear, como si se le hiciera difícil tragar. “Todavía no me decido”, le dije, tomando un largo trago, para darle fin a la conversación. Sabía que mi respuesta lo incomodaría aún más, pero en ese momento me perturbaba la idea de dar con una explicación prematura que lo pusiera todo en juego. Carlos solía aferrarse a la primera explicación que aplacase sus dudas en momentos cómo éste, porque sabe lo importante que es no andar ansioso el día del robo. La calma para él tenía mayor peso que la verdad, y yo no podía culparlo por eso. Esa era una de las reglas que había cobrado forma en su cabeza con el paso de los años y la acumulación de experiencia. Pero la experiencia también trae pereza, y en esta ocasión yo necesitaba que rompiese sus reglas. Lo necesitaba ansioso. Ansioso y atento.

Un día, Carlos dio en el clavo. “Nunca la abre”, me dijo una mañana, dubitativo, como si me tentara a llevarle la contraria. “¿Será de mentira?”, añadió. Después de eso no se atrevió a decir más, pero eso bastó. Fueron esas palabras las que me permitieron despegar la mirada de la ventana cerrada, para mirarlo a los ojos de lleno, tratando de sacarle cualquier sobrante de esa sabiduría suya que no se hubiese atrevido a compartir. Me costó trabajo procesar las palabras de Charlie. Por largo rato guardé silencio, incapaz de añadir más. Había llegado la hora de hacerle espacio a una nueva pregunta que no lograba formular. Una pregunta efímera que proyectaba una sombra larga sobre mi vista, nublándola por completo. Si pasó desapercibida por tanto tiempo, es porque Villanueva nunca interactuaba con ella. Era como si no supiera hacerlo, o peor aún: como si desconociera de su existencia. ¿Acaso la veía? ¿Formaba parte de su mundo, esa ventana? ¿Formaba parte de su casa?

La casa se perdió en el horizonte, dejando atrás la ventana. De la planta que había trazado tampoco quedaba nada. Ante mí se encontraba una mole impenetrable de ladrillo y madera, a la cual no podría darle alcance por más saltos mentales que diera. “Borrón y cuenta nueva” dijo Charlie con amargura, leyéndome. Prendió el carro, acelerando con furia y descuido frente a la casa, como si todas las ventanas se encontrasen cerradas. 

René Duchesne Sotomayor es escritor y artista de la imagen. Este relato es parte de su libro de próxima publicación

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