Viaje al sur

Por Edwin R Quiles Rodríguez /Especial para CLARIDAD 

Nos citamos de camino al sur. Habían pasado pocos días después del siniestro que como serpiente sigilosa moviéndose entre las sombras destrozó casas y desestabilizó vidas. Nos convocó la necesidad de hacer una composición de lugar, ubicarnos con la mente y los sentidos ante una situación, para mí y la mayoría, nunca antes vivida. Queríamos conocer de más cerca la experiencia de los sufrientes, los acomodos de distintos campamentos, las necesidades, las colaboraciones, las solidaridades. En fin, conocer de primera mano la vida que cayó sobre ellos de repente para ver posibilidades de trabajo con otros solidarios y sobre todo con ellos mismos para superar la situación del momento. 

Entre carriles cerrados por grietas o desprendimientos y no exentos de aprehensión, llegamos a Guayanilla, muy trastocada por el escarceo telúrico. Nos esperaban en el parque de pelota municipal Peggy Mercado, sede del campamento oficial de afectados. Allí, entre un corre-corre que parecía eterno, como una máquina de movimiento continuo, se servía comida, se repartía agua, se entrevistaban y censaban los ‘campamentistas’ y corrían los infantes inventando juegos. Algunos otros, la ‘gente mayor’ descansaban sobre algún catre esperando ver pasar la incertidumbre con las horas del día, buscando alguna certeza con la mirada. Las tumbacocos por su parte trataban de crear un ambiente de festival. Era su manera de confrontar el  miedo y la memoria de duelo. 

En poco tiempo nos reunimos con directores de agencias y comenzamos un periplo guiados por el profesor Efraín Emmanuelli. Un viaje que nos llevó por barrios rurales y urbanos, ruinas increíbles, campamentos, varillas de acero contorsionadas, construcciones estoicas y parajes fantasmales donde antes hubo gente en las calles, ropa tendida en los patios, algún vehículo fugaz, sillones en los balcones y humos de cocinas anunciando las horas del día. Ahora solo queda el miedo. Como si detrás de cada pedazo de ruina estuviera la bestia agazapada esperando el momento para la próxima emboscada. 

No es que todas las estructuras resultaron heridas o destruidas. Muchas no mostraban señales visibles de deterioro ni de fallo estructural y probablemente pasen el juicio de un análisis profesional riguroso. Pero quizás no. La duda está sembrada. Por eso prefieren la incomodidad y la poca privacidad de los campamentos a dormir en sus casas con un ojo cerrado y otro abierto velando el movimiento de la cama, el rugir de la tierra temblando, el grito de algún vecino. Por eso prefieren no regresar a sus casas, solo para buscar algo necesario. No todos pernoctan bajo las lonas de los campamentos aunque pasen el día allí. Unos han encontrado albergue nocturno en casas de familiares fuera de la zona de peligro. Otros siguieron el camino de la diáspora y se marcharon hacia el norte. Al menos por un tiempo me dijeron unos vecinos pues dejaron a una parte de su familia inmediata acá y sus casas cerradas. Hará falta mucha terapia sicológica para manejar los traumas del suceso antes de regresar. Especialmente los más vulnerables: lxs infantes y lxs envejecientes.

Ya a punto de terminar la visita una joven nos dio una pista para resumir mucho de lo que vivimos ese día. Aunque no perdió su casa sus vecinos del lado sí. Por eso, por precaución duerme en la casa de sus padres. Sin embargo, las horas de sol la pasa en su casa, sentada en un escaloncito viviéndola y peleando contra el desarraigo y el olvido. Allí va a lavar ropa, tomar café y pasar el día en el único lugar del mundo que es suyo y con el cual tiene una cuestión personal que no tiene con ningún otro lugar. Así de importante es la vivienda, así de necesaria, así de útil. Igualmente necesaria es una comunidad de apoyo.

La solución no es fácil. Se habla de mudarlos, de construir viviendas en otro lugar nuevo. Pero, ¿dónde? ¿cómo? Cambiar de vecindario y de vivienda no es como cambiar de bicicleta. Mucha de nuestra identidad y nuestras estrategias de sobrevivencia están relacionadas a los lugares donde hacemos vida, sobre todo la vivienda. Allí construimos una parte importante de nuestra historia. Cualquier mudanza debe hacerse como comunidad diseñando con ellos, pensando y haciendo juntos, incorporando lo que han vivido antes y después. No puede ser una propuesta impuesta. Esta sería una buena oportunidad para crear proyectos innovadores y atrevidos movidos por energía renovable, organizados como pequeñas poblaciones que utilicen la tierra de manera concentrada y no desparramada. Comunidades resistentes con un sentido de comunidad capaz de superar lo que sea y de donde venga. 

Los que fuimos ese día éramos un grupo de trabajadorxs sociales del Colegio de Trabajadores Sociales, sicólogas, abogadas de la oficina Ayuda Legal y la Clínica Legal de la Universidad de Puerto Rico, artistas del Museo de Arte Contemporáneo y arquitectxs del Comité de Acercamiento Comunitario del Colegio de Arquitectos y Arquitectos Paisajistas de Puerto Rico. Lo que vimos nos dolió y nos hizo pensar que podríamos hacer una diferencia desde nuestras posibilidades multiplicadas por los saberes de todo el grupo y de los residentes. Diseñar y trabajar sin éstos, los de allí, los que viven el trauma de cerca no funciona, resulta incompleto, insensible, inefectivo.

Hay mucho quehacer entre recoger escombros, recomponer y volver a componer lugares para vivir pero tal vez esos sitios visitados aparentemente al azar por la bestia subterránea, pasarán años en lo q vuelven a ser lo que volverán a ser. Pero nunca será igual. Muchos, marcados por el estruendo y la destrucción a dentelladas de esa fuerza invisible quedarán fuera o quedarán a medias y una comunidad vacía y sin voz es siempre triste. Una comunidad con miedo los es mucho más.

El terremoto fua capaz de hacer lo que no pudo Maria, levantar estructuras enormes ‘de cuajo’ y volcarlas de la manera como un toro inmenso cae arrodillado al recibir la estocada final. Fue capaz de hacer caer estructuras levantadas del piso que parecían imponentes. Unas cayeron lentamente y en silencio mientras las varillas de acero doblaban como fideos mojados. Otras cayeron de golpe al partir sus columnas de insuficiente capacidad. Es de imaginar el terror aunque no logré quien me contara de los estruendos, golpes y gritos de terror. Es muy reciente, muy cerca del corazón y de la piel. 

Ante este panorama, imposible de comprender todavía del todo, hay tanto que hacer, tantos corazones que empeñar, tantos proyectos que imaginar, tanta gente que organizar para coordinar trabajos. Hay tanta oportunidad de aprender y renacer con ideas nuevas para mejorar la vida que debemos aprovechar para resolver lo inmediato y mejorar el futuro. 

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El autor es arquitecto.

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